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Diario YA


 

la calle “ha vuelto a ser nuestra”

¿Patriotas o Nacionalistas?

José María C. Hurtado. La inoperancia y omisión del gobierno popular en la cuestión catalana, así como los incesantes ataques de las fuerzas separatistas, han despertado a todo un pueblo de un profundo letargo. Comentaban miembros de Somatemps que en Cataluña no exageran al afirmar que la calle “ha vuelto a ser nuestra”. Organización que está brillando tanto por sus frutos como por su patriotismo en estos días.
Salvando las distancias en muchas cuestiones, se pueden observar ciertas similitudes con algunos países y movimientos europeos. Se están produciendo fuertes reacciones sociales a la destrucción de la llamada “Europa de las naciones”. Bien por la cuestión de la descristianización, globalización y entrada masiva de refugiados en Europa, o bien por la descomposición de la patria más antigua del continente, siendo el independentismo una de las múltiples heridas mortales que sufre España.
Pero sin duda, una oposición cuya bandera principal parece ser la defensa de la identidad, raíces y orígenes de los pueblos.
Uno de los peligros de equipararnos y meter a esta multitud de fuerzas en el mismo saco, es el de beber sin quererlo de la misma agua envenenada que nos ha traído a la presente situación. Si alguna batalla han ganado con diferencia quienes buscan destruir el orden es la de la subversión del lenguaje. Y muchas veces, esta derrota a gran escala la sufrimos en el plano personal, al llamarnos ciudadanos en lugar de personas, al confundir violencia con legítima defensa o al hablar de opiniones y verdades relativas (completa incongruencia) en lugar de la verdad o la mentira.
En el caso presente, en fin, definirnos tanto patriotas como nacionalistas (y asimilar la carga ideológica) sin comprender bien las diferencias que entre estos dos términos se dan, puede significar, aun sin ser consciente de ello, luchar en las trincheras de los que tenemos enfrente y no detrás.
Y es que, en este punto, el error en que caemos nos hace confundir la vida nacional, el derecho y gloria de un pueblo, que puede y debe promoverse, con la política e ideología nacionalista. Para la aclaración moral y terminológica podemos acudir a los Códigos de Malinas. El patriotismo, la virtud moral que nos inclina a amar a la patria; no debe confundirse con el nacionalismo, que tiene presente ante todo la comunidad de raza y de sangre, condiciones también necesarias en las patrias, la tierra ancestral, la tierra de nuestros mayores. Mientras que el patriotismo es una virtud de amar, “el postrero amor después de Dios” como diría Castellani, el nacionalismo puede incurrir en excesos, cruzar ciertos límites. Y cuando lo ha hecho, se ha situado frecuentemente por encima de valores universales y trascendentes del derecho, de la moral, de la verdad y de la religión. Tal cuestión vemos hoy en día tanto en el grueso de España como en lo específico de Cataluña.
Ciertos aspectos como la raza, la sangre, la identidad, son importantes y necesarios en las patrias. No hay nada que no sea legítimo de por si en el nacionalismo cuando este se refiere a poner en valor lo propio. Pero, cuando pretendemos hacer de ello el fin último de nuestra escala de valores, sin nada que lo trascienda y ponga sanos límites, nos convertimos en nacionalistas. En este punto, como afirma Javier Barraycoa, al cruzar estos límites el nacionalismo es lo opuesto al patriotismo. ¿Qué nos diferenciaría, entonces, con los independentistas catalanes?
No seamos nacionalistas. Amemos a nuestra patria, a nuestra raza y sangre también. Pero sabiendo que hay algo que todo lo trasciende y modera. Seamos patriotas.