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Diario YA


 

En el nuevo programa de Tele 5

Topados con el Topo

David Martin. Pensaba que el desmadre diarreico que inunda las pantallas en forma de gente despellejándose sin remilgo alguno delante de una cámara de televisión no podía llegar a más. Va a ser que no. Después de ver a sujetos dedicarse lindezas varias durante su convivencia en una casa, y a otros tantos pasarlas canutas en una isla para echarse algo a la boca, por no escribir de los famosillos de medio pelo que comen la sopaboba, ahora llega “El topo”, que ya pudimos ver hace años en Cuatro y en algunas cadenas autonómicas, y que en la versión de Tele-5 es una mezcla de “Gran Hermano” y “Supervivientes”. Para entendernos, la crème de la crème del sensacionalismo. El morbo asegurado en grado superlativo. 

En el nuevo programa de Tele-5, cadena maestra en las desvergüenzas televisivas de esta índole, no hay que esperar a que alguno de los concursantes salga por peteneras para crear mal ambiente. Aquí el hedor se respira desde el primer segundo y es que cuando la victoria final de este concurso depende de desenmascarar a un mentiroso, a un infiltrado, al traidor que intenta perjudicar al grupo para beneficio propio, al tiempo que pone buena cara como si nada pasase, no se puede esperar otra cosa. No hay que ser muy lumbrera para tener claro, conocido el argumento del invento, que la lealtad brilla por su ausencia. ¿Quién, salvo un hipócrita, va a actuar de bien con cualquiera de sus compañeros de viaje a sabiendas de que uno de ellos es el topo y a las primeras de cambio se la va a clavar hasta el fondo?  

El programa ha decidido llevarse a los concursantes, embustero incluido, a tierras australianas. Debe ser porque la puñalada trapera rodeado de canguros y koalas debe ser menos dolorosa que por los montes que recorrió nuestro Curro Jiménez. O más, porque de lo que se trata es de hincar lo más punzante que exista en la herida para obtener cuanta más sangre mejor, que para eso es “televisión en directo”. Y allí, en un rancho, en las tierras del eucalipto, catorce personas, de las que ya quedan doce, han decidido buscar al trilero para llevarse al bolsillo lo máximo posible de los 120.000 euros en juego. Cada semana los concursantes hacen una prueba, generalmente física, y quien vence no puede ser expulsado mientras que el perdedor es uno de los tres candidatos a obtener el billete de regreso a casa. Los otros dos los eligen los espectadores uno, y los propios concursantes el otro. En el último caso, no crean que lo hacen  de forma oculta. No, no, aquí lo hacen mirándose a los ojos y clavando una lanza delante de su cara, al tiempo que razonan su decisión. Hasta ahora hemos podido escuchar acusaciones como manipular, jugar sucio, falto de educación... Como para darle los buenos días a la mañana siguiente o felicitarle las Navidades. Finalmente, los tres castigados realizan un test sobre la personalidad del topo y quien peor nota obtiene queda expulsado. No falta el beso de Judas a la hora de despedirse del eliminado ni tampoco los analistas en el plató de Madrid que ponen su granito de arena al despropósito con sus apuestas sobre quién es el topo, algo que sólo el director del programa conoce. ¡Que emoción! 

Hemos topado con el topo telecinquero y no sabemos por cuanto tiempo. En principio eran tres meses, pero las audiencias mandan y en sus inicios está consiguiendo el mismo éxito que en sus anteriores versiones. Es decir, siendo generoso, poco. Datos por debajo del 9,5% de audiencia en su estreno, y menos del 9% en su segunda emisión no son buenos presagios. Sería mucho pensar que el espectador ha cambiado sus hábitos, y ahora en vez de deleitarse con exabruptos viscerales prefiere cambiar de canal, pero gratifica saber que, al menos, en una cadena en la que todo lo relacionado con el sensacionalismo triunfa, uno de los programas más factibles para ocupar la cima del estercolero mediático, se ha caído de bruces contra el suelo más rocoso y lo mismo no se levanta.