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Diario YA


 

Opinion

Mariapolis, ciudad de María

Manuel María Bru. Los teólogos contemporáneos gustan presentar las relaciones en el seno de la comunidad eclesial como relaciones permanentes entre sus primeros protagonistas -Pedro, María, los demás apóstoles- en forma de “perfiles” que mantienen a través de los siglos su personalidad en la personalidad de las distintas vocaciones, sicologías y dones personales en la Iglesia.

De este modo, Von Balthasar ha puesto de relieve como además del perfil joánico de la mística y la caridad exquisitas, o el perfil jacobeo de la custodia de la tradición, son especialmente importantes los perfiles petrino y mariano. El perfil petrino lo viven hoy el sucesor de Pedro que junto los sucesores de los apóstoles, y con la ayuda de los presbíteros y de los diáconos, dóciles a la acción del Espíritu, dirige la nave de la Iglesia. El perfil mariano, todos los carismas, todos los profetas, todos los fieles, todo el amor que se derrama en el mundo cuando se vive la Palabra, sin recortes ni compromisos, toda acogida al actuar del Espíritu para que mueva los corazones de los fieles. El Siervo de Dios Juan Pablo II, que fue el principal propagador de este cuadro eclesial. Benedicto XVI, al recordar que “la importancia del principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de modo particular después del Concilio por mí –su- amado predecesor Juan Pablo II, coherente con su lema Totus tuus”, confirma que “las dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden en lo que constituye la plenitud de ambas, es decir, el valor supremo de la caridad”.

     Acoger la llamada a trasparentar este perfil mariano de la Iglesia es llevar a la Iglesia a su centro, que para Juan Pablo II no era sino la frontera entre ella y el mundo. El cristiano, llamado a ser en cada tiempo profeta del Reino de Cristo con su palabra y con su testimonio valiente y renovador de las realidades temporales, encuentra en María, en el misterio completo de su misión en la historia de la salvación, pero especialmente en su Magnificat, el modelo perfecto de esta misión. Porque, decía Juan Pablo II, “dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos”. Y lo es porque esta maternalmente presente “en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy a la humanidad”. Esta imagen es especialmente importante en la recuperación del aspecto social de María, que completa las diversas expresiones de la devoción mariana. Esto es lo que en estos días, miles de personas viven aquí, en Cuenca, en la Mariapolis, Ciudad de María. Una ciudad, al menos por unos días, al estilo de María, capaz de alumbrar, en su Hijo, una convivencia, una sociedad, y una ciudad nueva.
 

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