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Diario YA


 

La mano que mece la cuna

Pilar Muñoz. 8 de Octubre.

España tiene el desgraciado honor de ser uno de los primeros países del mundo en consumo y prácticas pedófilas. Las nuevas tecnologías han facilitado el florecimiento y expansión más silente y más inmune de estas prácticas sexuales desordenadas y devastadoras para sus víctimas. Rastreando el impacto de la pederastia en relación al tiempo y al número de agresores inmersos en estas prácticas, descubrimos con estupor e indignación, su alta frecuencia y la cantidad de agresores que engrosan las listas negras de depredadores infantiles.

El tema de la pedofilia ha sido un clásico en la psiquiatría infantil, existiendo múltiples autores, de distintas escuelas los que han abordado tan doloroso tema. Unos han perfilado la tipología del adulto agresor, mientras que otros se han centrado en la trascendencia del trauma y los mecanismos psíquicos de la víctima. Aunque este desorden sexual está aumentando significativamente en sociedades tecnificadas y acomodadas, desviándonos del encuadre psíquico y social del pedófilo tradicional. En la actualidad la variable de desestructuración y deprivación social no es tan clara, existiendo sujetos de procedencia familiar estándar, con reconocimiento laboral y con posiciones económicas estables. Hace años la procedencia del agresor pedófilo respondía a la siguiente casuística: 42% psicópatas, 36% perturbaciones neuróticas, 21% oligofrénicos y 12% alcohólicos crónicos (según R. Wyss).
 
Lo verdaderamente llamativo de las últimas investigaciones es el aumento de pederastas a partir de trastornos de la personalidad, psiconeurosis y reacciones esquizofrénicas (D.W. Swason). Esta subida de patologías psíquicas tiene, en una mayoría de los casos una relación directa con patrones educativos más laxos en moralidad o en relajación de costumbres ético-morales. De otro lado, la hiperestimulación de lo corporal, la saciación de estímulos sexuales que rodean nuestras sociedades pueden facilitar la conducta pederasta en sujetos con desorden afectivo o con actitudes sexuales indiferenciadas.
 
Añadido a lo anterior, seguimos analizando el hecho social de la cultura intersexual, donde los roles y los datos naturales no se corresponden unívocamente como hace unas décadas, sino que los roles sexuales se diferencian de la sexualidad, provocando categorías imprecisas, funcionamientos sexuales caóticos y justificativos de desórdenes en cuanto a la orientación sexual y el objeto de deseo. El mensaje que transmite esta sociedad en materia sexual es: todo vale, no hay límites para tus deseos, sólo basta que haya complicidad y acuerdo por ambas partes.
 
Adentrémonos en el Trauma de la traición. El abuso sexual infantil, tanto si es un acoso, como si se trata de un tocamiento, penetración o felatio, no suele dejar pruebas físicas duraderas. De otro lado, el agresor adulto suele ser cercano o de confianza para el niño. Este hecho contribuye enormemente al trauma, puesto que el niño se culpabiliza y se siente impelido a justificar la acción del agresor. El abuso sexual realizado por un adulto de confianza (tíos, profesores, vecinos, etc) constituye una oportunidad perfecta para que la víctima cree un bloqueo de información. Saber es ponerse en peligro, no saber y no responder son mecanismos de supervivencia. Esta amnesia es lógica para los niños, los cuales no pueden racionalizar, así pues fabulan y confunden lo externo y lo interno. Todo ello lleva a la confusión, a la represión del hecho, al retiro de la atención corporal, a la evitación del contacto de confianza con el adulto, a la expulsión de la conciencia, a la evitación consciente de interacciones con el adulto, al intento de huida, al rechazo del pensamiento consciente, a la resistencia, al rechazo, a rechazar la idea insoportable.
 
El pronóstico de estos niños víctimas es muy doloroso, pero afortunadamente la acción del ambiente y del núcleo familiar o terapéutico puede se de extraordinaria ayuda en el vencimiento y superación del hecho traumático. Friedemann afirma que en casi la mitad de los niños traumatizados por una agresión al pudor entran en grandes conflictos sociales como: negativismo y desafío a la autoridad, robos y mentiras compulsivas o sentimiento de abandono. 1 de cada 10 niñas abusadas, secundariamente a la práctica sexual desembocará en una homosexualidad.
 
El mayor traumatismo potencial es con mucho el hecho de la sociedad, de las instituciones y de los padres del niño que utilizan al niño-víctima para demandar al agresor delante de los tribunales. La conclusión sería proteger y aislar seriamente al menor, y excluir y procesar con determinación al pedófilo, teniendo en cuenta de su proclividad a la reincidencia y de la justificación de su conducta desordenada y amorfa sexualmente.
 
“¡Ay, de aquél que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valiera colgarse una rueda de molino al cuello!”. Jesús de Nazaret.
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