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Diario YA


 

Después de la labor de los teólogos, vino el reconocimiento de unidad entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa griega

La Iglesia recupera el espíritu de Ferrara-Florencia

José Luis Orella. En 1438, el Papa Eugenio IV inició el Concilio de Ferrara, que en enero del año siguiente, por la peste, tendría que trasladarse a Florencia, y terminaría en Roma. El concilio de Ferrara-Florencia pasó por un montón de problemas, uno de los principales fue entre la autoridad del Concilio y la del Papa. Sin embargo, este concilio anunció un precedente que hemos tardado desde entonces en repetir, un diálogo que favorezca la unión de los dos pulmones de la Cristiandad. Una cuarta parte de los asistentes al concilio fueron representantes de las iglesias orientales, y también contaron con la presencia del emperador de Bizancio y de una delegación del de Trebisonda. El 6 de julio de 1439, se plasmaba el resultado en la bula Laetentur coeli la definitiva unión de la Iglesia Católica y la Ortodoxa. En el concilio los teólogos habían trabajado los aspectos más espinosos con las diferentes iglesias orientales. Sobre la procesión del Espíritu Santo que procede del padre y del Hijo, la Eucaristía y los Novisimos, para los ortodoxos; sobre los Sacramentos, con los armenios; y sobre la Santísima Trinidad y la Encarnación Eucarística, con los jacobistas (monifisitas sirios). Después de la labor de los teólogos, vino el reconocimiento de unidad entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa griega, a la que se sumaron la Armenia, jacobita, caldea y maronita. 

La unidad se había conseguido, sin embargo, la conquista de Constantinopla por los turcos en el 1453, y la ruptura de la Iglesia ortodoxa Rusa con la griega, favoreció que el Zar Basilio, prendiese al patriarca de Moscu, y rompiese a favor de su autoridad, la comunión con Roma. Del mismo modo, un par de décadas después, bajo el brazo protector del Islam, y las presiones sociales fomentadas entre los griegos, el episcopado griego rompía la unidad con Roma. El sueño de la unidad volvía a desaparecer por cinco siglos. Desde entonces, se ha caminado por lugares separados, y los poderes civiles han querido manejar a las iglesias como arietes de sus políticas internacionales. No obstante, el contexto hostil producido por el comunismo en Europa, o por el rigorismo islámico en Próximo oriente, han convertido a las diferentes comunidades cristianas en hermanas en el infortunio. Benedicto XVI recibe a los anglicanos tradicionales, negocia la vuelta de los tradicionalistas de la San Pío X, y tiende puentes a los que aceptaron la unidad hace cinco siglos. En pleno milenio del relativismo, cuando más ataques y persecuciones sufren los cristianos, que buena noticia sería, que los cristianos de todos los continentes volvemos a ser un solo cuerpo místico, con una cabeza en Roma, y un corazón en Jerusalén.