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Diario YA


 

Giorgio Vasari escribió un libro titulado Las vidas de los más excelentes

Fra Angélico: "Nunca pintó un Crucifijo sin bañar sus mejillas de lágrimas"

Javier Paredes. No son pocos los personajes de los que se desconoce su fecha exacta de nacimiento o defunción. Que hayamos elegido entre otros criterios las fechas de nacimiento o de muerte de los personajes para designarles como los protagonistas del día, no quiere decir que no podamos escribir sobre aquellos de los que desconocemos dichas fechas. Así pues, y a partir de ahora iremos incluyendo también a aquellos de los nos sabemos el día de su nacimiento o de su muerte. Por eso el protagonista del día de hoy es Fray Giovanni da Fiésole, el autor de la famosa Anunciación, más conocido como Fra Angélico, de quien no conocemos con exactitud ni la fecha ni el año de su nacimiento. Sabemos que nació a finales del Trecento y que falleció el 18 de febrero de 1455.
 
Giorgio Vasari (1510-1574) escribió un libro titulado Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros días, que está considerada como la obra inaugural de la Historia del Arte. En muy pocas páginas Vasari escribe unas magníficas biografías de los artistas italianos. Tiene gran interés lo que nos cuenta de Fra Angélico, a quien si bien es prácticamente imposible  imitar en su genialidad como artista, sí que nos puede servir como modelo de hombre de fe, que supo mantener una constante presencia de Dios en su trabajo y en las relaciones con los demás. Estas son algunas de las facetas que destaca Vasari de Fra Angélico:
 
“Despreció todas las cosas mundanas, y viviendo pura y santamente, fue tan amigo de los pobres como convencido estaba de que su alma debía ir al Cielo. […] Pudo ser rico, y no le importó nada serlo, es más, decía que la verdadera riqueza consistía en contentarse con poco. […] Pudo alcanzar honores en su orden y fuera, pero no los estimó, diciendo que la mayor honra viene de intentar huir del Infierno y acercarse al Paraíso. Era bondadosísimo y muy sobrio, y viviendo castamente, se liberó de las ataduras del mundo, repitiendo a menudo que su arte requería calma y vivir sin preocupaciones, cuidando de la propia alma, y que quien pinta cosas de Cristo, con Cristo debe estar siempre. Se  dice que los frailes nunca le vieron encolerizado, lo cual me parece en verdad asombroso, y que limitándose a sonreír, reconvenía a los amigos. […] Por todos estos trabajos se divulgó en Italia su fama de gran maestro, considerado no menos santo que excelente artista. Tuvo por costumbre no retocar ni arreglar ninguna pintura suya, sino dejarlas siempre tal como le habían salido la primera vez, por creer (según decía) que  ésa era la voluntad de Dios. Dicen algunos que fray Giovanni nunca  cogía el pincel si antes no había orado. Nunca pintó un Crucifijo sin bañar sus mejillas de lágrimas”.

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