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Diario YA


 

Firmas: La Gallera

Caritas in veritate

José Escandell. A toda prisa, una primera impresión a la vista de Caritas in veritate, encíclica recién publicada de Benedicto XVI. Por aquello de las simetrías, esperábamos que esta tercera encíclica de Benedicto XVI tratara sobre la fe, porque la primera se ocupaba de la caridad (Deus caritas est, 2005) y la segunda de la esperanza (Spe salvi, 2007), y nos topamos con un documento que se sale del esquema de las virtudes teologales. ¿De qué trata esta vez? Se trata de un compendio y actualización de los tramos más significativos de la Doctrina Social de la Iglesia. Toma pie de la encíclica Populorum progressio (1967), de Pablo VI, y se dedica a lo largo de los seis capítulos a desarrollar lo que dijera aquel Papa y a ponerlo en relación con las peculiaridades de nuestro tiempo. Los especialistas en Doctrina Social de la Iglesia tienen ahora mucho trabajo por delante, para comentar y explayar los contenidos de esta encíclica de Benedicto XVI.Un nuevo compendio de la doctrina de la Iglesia sobre el funcionamiento del mundo, que de eso se ocupa la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia contemporánea de la Iglesia, un documento magisterial se eleva por encima de las contingencias del mundo, se despega de los tópicos y de los compromisos y de las inercias, y, situado en una perspectiva suprema, ofrece una luz única sobre los problemas centrales de la existencia mundana del hombre. Hasta los más recalcitrantes ateos habrán de reconocer que las intervenciones magisteriales sobre «la cuestión del mundo» tienen una solidez y autoridad poco comunes.Habrá, de todos modos, quienes se amparen en el carácter religioso de una encíclica para desentenderse de ella. No sólo entre los no cristianos, sino que muy frecuentemente entre los propios cristianos los documentos magisteriales sobre «la cuestión del mundo» pasan inadvertidos. Los economistas se escudan en la ciencia económica, y cuando llega un Papa y va y dice, por ejemplo, que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral» (Caritas in veritate, n. 37), cierran los ojos, se hacen los suecos y, a lo mejor, sonríen condescendientemente porque, como ya se sabe, lo propio de los curas es dar consejitos espirituales… Esto se puso especialmente de moda con ocasión de la Humanae vitae, de Pablo VI y aquello de la «paternidad responsable». Hubo algunos espabilados que se consideraron autorizados para aplicar las más variadas técnicas de regulación de la natalidad (sobre todo, la «píldora», que estaba de moda), en nombre de la ciencia.Un mundo que huye desesperadamente de aquello que le podría dar la felicidad, un mundo que se ha acostumbrado a ser feliz en medio de su propia podredumbre, cuya fibra moral está  degenerada (incluidos quizás algunos cristianos), quizás encuentre demasiada luz, que no exime de esfuerzo y de lucha, en una encíclica como Caritas in veritate.*   *   *Hay un primer rasgo de esta encíclica, que constituye como su suelo y leit motiv. Desde el principio y por todas partes, Benedicto XVI insiste, sin descanso, en que la caridad es inseparable de la verdad. Esta conexión íntima caridad-verdad, ya anticipada seguramente en algunos escritos de J. Ratzinger, es cimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.Precisamente los economistas cristianos que no leen las encíclicas sociales de los Papas son un ejemplo de «verdad» sin «caridad», por así decirlo. O los médicos. O los abogados, los políticos, los tenderos o los profesores, las amas de casa o los ingenieros. En todos los casos se trata de vivir de acuerdo con unos saberes que tienen un fundamento empírico. El economista o el médico se amparan en sus respectivas ciencias o artes. Lo que el médico que se reclama «profesional» quiere decir es que su ejercicio de la medicina se atiene escrupulosamente a los principios del arte médica. El profesor «profesional», ese que deja de ser profesor en cuanto sale por la puerta del colegio, es el que se atiene a un «saber hacer» que es vivido como aislado e independiente de todas las demás dimensiones del ser humano. Y así, tantos otros. Podríamos hablar de los periodistas… Mucha ciencia, pero el corazón encogido. Mucha verdad, pero ninguna caridad.Pues sépase que Benedicto XVI, en esta encíclica, se opone a eso con toda la energía.Hay también la posibilidad de separar caridad y verdad cuando, por el extremo opuesto, se agarra uno a la caridad al margen de la verdad. Una de las modalidades de esta «caridaditis», de esta patológica hipertrofia caricaturesca de la caridad, es la de quien, movido por el corazón, pero al margen de la verdad, permite el aborto. «-Pobrecita chica, que va a destrozar su vida si tiene el niño». Quien piensa eso sabe que lo del vientre de la chica es un buen mozo, un auténtico ser humano, pero eso pasa a segundo plano cuando se contemplan las lágrimas y el desasosiego de la accidentalmente embarazada. Eso pasa incluso en las mejores familias, que llegan a mirar con ojos disgustados el tercer embarazo reglamentario de su hija felizmente casada. ¿Cuántas madres católicas regañan contrariadas, desbocadas en manos de un corazón por completo extraño a la inteligencia, a sus hijas ya «demasiadas» veces embarazada?O la del cristiano que mal imita a San Francisco y se margina de este mundo traidor, en el que reina el odio, y concentra su corazón y su escasa perspicacia en ONG’s o en tinglados parroquiales, cosas en sí mismas muy respetables pero que son vividas como protesta y de espaldas al mundo. Son lugares que esas personas consideran situadas al margen del mundo, en los que el corazón realiza la caridad asistencial y en los que ese cristiano se siente realizado y satisfecho, mientras que el mundo real y completo sigue su curso. Mucha afectividad consolada, pero poca verdad. Esas personas acaban siendo inadaptados o animales de sacristía.La clave está en la unidad entre caridad y verdad, entre corazón y conocimiento. Por decirlo en términos tajantes, creo que Benedicto XVI pretende decir que, si «el corazón tiene razones que la razón no entiende», eso es porque se trata de auténticas razones, y no tan sólo de corazones.