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Diario YA


 

Pasar página o no, esa es la cuestión

Abre los ojos, es Colombia

Ana Abril Ámez

 
LA DROGA QUE NO CESA
 
La producción, el tráfico y el uso indebido de drogas es uno de los problemas que más acucian al mundo, y la magnitud que ha alcanzado avanza de forma avasalladora. En Colombia es una realidad, y ésta se ha fraguado durante muchos años. Este país es uno de los mayores traficantes y productores de hoja de coca, cocaína y pasta básica. La ilegalidad del consumo y tráfico de droga tiene sus particularidades: corrupción con sus componentes naturales, el crimen organizado y la violencia que inunda sus calles.
 
Colombia sufre desde los años setenta el estigma de ser la principal productora y exportadora de cocaína en el mundo. El narcotráfico cultiva su poder para introducirse en los estamentos de la sociedad civil, para así inmiscuirse en las redes de toma de decisiones, intervenir y controlar algunos de los territorios nacionales. El problema no se limita a este marco, ya que hace uso de su fuerza por medio de grupos paramilitares que desequilibran los Estados y aplican sus propias normativas y valores, vulnerando los derechos humanos y damnificando el sistema democrático. Lo más deplorable es la triste dependencia de la economía colombiana que se nutre de fondos procedentes del narcotráfico, especialmente las cuentas externas. El lavado de dinero está intrínsecamente ligado al narcotráfico, es decir, conversión de dinero o bienes ilícitos en capitales aparentemente lícitos, que es efectuada por una organización de narcotráfico que hace una intentona para poder legalizar estos recursos.  
 
FARC, GUERRILLEROS PERTINACES 
 
Álvaro Uribe, el ex presidente más votado en medio siglo, nacido en Medellin (Antioquía), ha llevado a cabo una lucha constante para erradicar los múltiples problemas acaecidos en el país. La persecutoria insistente a las FARC –junto al narcotráfico- fue uno de los objetivos de su programa presidencial (Plan Patriota). Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia es un grupo guerrillero que quiere imponer un Estado marxista-leninista y bolivariano –según reza su carta fundacional-, con una organización principalmente rural aunque también dispone de células urbanas, especialmente en ciudades caracterizadas por su marginalidad y pobreza. Sus acciones giran en torno a una guerra de guerrillas y el incesante combate beligerante regular, por medio de asesinatos a civiles, a miembros del gobierno y militares, el secuestro con fines extorsivos o políticos, quién no recuerda el caso de Ingrid Betancourt, y la destrucción estructural de ciudades, a través de explosivos o carros-bombas. Se estima que están presentes o tienen una influencia directa o indirecta en 24 de los 32 departamentos que constituyen Colombia, especialmente en las zonas del sur y de oriente. La financiación para ejecutar sus actividades, según el estudio realizado por la Unidad de Información y Análisis Financiero (UIAF) del Ministerio de Hacienda de Colombia, proviene del cobro de rescates por secuestros y el robo de ganado. Aunque la cifra se cree y se ve en aumento, un 30% de lo obtenido proviene del narcotráfico, y la mayor parte del dinero que recaudan por este delito es por el “impuesto al gramaje”.  
 
HABLANDO DE ACTUALIDAD
 
Después de tantos años nos despedimos de Uribe; el nuevo presidente de Colombia ya es Juan Manuel Santos. Siguiendo la línea de su predecesor intentará finiquitar (o por lo menos hacer notar una reducción) estos dos grandes problemas que azotan al país día tras día.  
 
Las muestras de diálogo con Venezuela y su presidente, Hugo Chávez, parece abarcar la nueva política del mandatario, ya que las relaciones diplomáticas se habían roto en la anterior legislatura de Álvaro Uribe. Esto parece un juego contradictorio entre el bueno y el malo de Chávez. Por otro lado, el ex presidente demanda a Chávez ante la Corte Penal Internacional (CPI) por la presunta ayuda que el presidente venezolano ha brindado a los líderes guerrilleros de las FARC. 
 
Querido Santos confío en sus buenas intenciones, pero iniciar un diálogo diplomático con un grupo terrorista no es la mejor opción. Sólo tiene que echar un vistazo años atrás en nuestro país para percatarse del craso error que supone esto. Ellos juegan a establecer el diálogo ficticio y utópico, pero agazapados traman soluciones beligerantes. Un consejo: vigile sus espaldas.