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Diario YA


 

“El que hace el mal, siempre hace más de lo que quisiera, porque un tropel de fuerzas perversas y tenebrosas está siempre al acecho para aprisionar sus manos” N. Lenau.

¿El 11 de septiembre será el principio del fin?

Miguel Massanet Bosch. Algo es evidente: cualquier movimiento de muchedumbres, por mucho que se piense que está controlado, está sujeto a que se produzcan efectos distintos, consecuencias imprevistas o, incluso, secuelas perniciosas difíciles de prever. Es evidente que, en esta ocasión, la festividad cívica de Cataluña del 11 de septiembre, está cargada de un morbo particular. Los dirigentes políticos de la autonomía catalana, atenazados por el cepo que ellos pretendieron preparar para el Estado español y conscientes de que, en su particular reto contra la Constitución española, se han quedado solos, no solamente ante el resto de España que contempla, entre asombrada y cabreada, los movimientos separatistas de una parte del pueblo catalán, sino que, a mayor abundamiento, ante el resto de los países de la UE que se encuentran incómodos, desaconsejan y se han manifestado explícitamente contrarios a este intento de secesión y desobediencia a la constitución del Estado español.

El ridículo en el que han incurrido los dirigentes de este movimiento secesionista catalán, la caradura con la que se han atrevido a engañar a sus propios votantes, diciéndoles que Cataluña va a continuar formando parte de la UE si se queda fuera de España y el lamentable espectáculo de un Parlamento desquiciado, bajo el mando de una presidenta, la señora Forcadell, evidentemente desbordada por tanta irregularidades y que ya ha sido encausada varias veces, que ignora a sabiendas las reglas por las que se rige el funcionamiento de la cámara y la tramitación de las leyes; capaz de suprimir, de un plumazo, todos aquellos obstáculos legales que se opongan a sus designios espurios y de mantener su postura, incluso cuando el el abogado mayor y el Consejo Consultivo, se manifestaron contrarios al sistema empleado en su enfrentamiento al TC y a la legalidad española. Un ridículo que debería haber ha sido capaz de abrir los ojos a aquellas personas que, de buena fe, habían pensado que, la mejor solución para el pueblo catalán, podría ser la independencia del resto de España.

Los organizadores de la fiesta del 11S han querido, y el señor Puigdemont no se ha cansado de repetirlo durante las últimas horas, que fuera el gran desafío del independentismo catalán al resto de España y pretenderán darle toda la publicidad que pueden en un último intento, antes del 1 de octubre, de presentar ante el resto de naciones del mundo su causa como si, en realidad, hubieran estado sojuzgados y no mimados y favorecidos, por el resto de los españoles a los que, en una curiosa interpretación de lo que ha sido convivencia, respeto y tolerancia que, para ellos, en su afán de encontrar excusas para abonar sus ideas separatistas, han querido ver cómo ojeriza, burla o, incluso, intención de robarles lo que, en justicia, les pertenecía. Por eso los caciques del catalanismo radical, que llevan organizando esta sublevación anticonstitucional que mañana va a escenificarse mediante una multitud de catalanes que, imbuidos del odio hacia el resto de los españoles, se van a apoderar de las principales avenidas y plazas de Barcelona en el último intento de que, el Gobierno del Estado, renuncie a la unidad de España, deje de respetar la Constitución y les permita que se salgan con la suya en su campaña en contra de la unidad del estado español.

Una unidad que, si se llegara a romper, algo que no va a suceder, convertiría a lo que sería la nueva nación catalana, en el peor negocio posible para los catalanes que tuvieran que permanecer en ella, aislados de su principales clientes, sometidos a la exclusión de todos los beneficios europeos de los que se han lucrado hasta ahora y debiendo espabilarse para comerciar con los países con los que quisieran o pudieran mantener relaciones comerciales; con el inconveniente que supone la consideración de “tercera nación” , algo que supone el pago de aranceles y la necesidad de circular con pasaporte por el resto del mundo, incluida la UE. En todo caso, es evidente que lo que va a suceder mañana en una gran parte del territorio catalán, a la vista de los prolegómenos que hemos podido constatar que se han producido en algunos pueblos catalanes, puede ser considerado como una situación peligrosa, debido al espíritu belicista que se viene notando en quienes han decidido salir a la calle para intentar soliviantar los ánimos de aquellos que quizá siguen pensando que va a ser un acto pacifista.

Pero nos queda hablar de los imponderables, de aquello que nadie piensa a priori que va a ocurrir pero que, cuando se trata de multitudes adoctrinadas en una idea obsesiva, nadie puede apostar a que, a alguien, a algún energúmeno o a un sicópata que no conoce la diferencia entre lo permitido o lo que no lo está, se le ocurra armar una disputa, cometer una tropelía o prender fuego a unos contenedores, un hecho, en definitiva capaz de que la multitud pudiera reaccionar agresivamente y decidiera enfrentarse a las fuerzas del orden o asaltar algún edificio público o, en el peor de los casos, se produjera una víctima en alguna algarada callejera. Una situación semejante no es fácil de dominar y es muy posible que, cuando las fuerzas del orden intentasen cumplir con su deber, la magnitud del tumulto pudiera desbordarlas.

Esto es lo que el señor Puigdemont y todos sus adláteres están esperando que suceda; lo que les llenaría de gozo y lo que les serviría para cargar todos los reproches al Estado “por reprimir por la fuerza una manifestación pacífica del pueblo catalán” Sin duda, lo que va a suceder este 11 de septiembre, no va a ser más que la primera parte de este melodrama que tan concienzudamente han venido preparando los nacionalistas catalanes y, de lo que suceda este día, seguramente se podrá deducir lo que tendrá lugar el día del anunciado referendo “por el derecho a decidir”. Algunos continuamos pensando que, el grado de tolerancia con las actuaciones de los independentistas catalanes no se corresponde con un Estado moderno, con una nación plenamente democrática que ve que, desde una parte de ella, se intenta provocar su partición.

El acudir a los tribunales puede ser una forma suave de enfocar el problema pero, sin duda, no creemos que deba ser la única ni que, el utilizar el recurso de acudir a los tribunales signifique que no se pueda utilizar contra esta gente, que ha decidido incumplir las leyes españolas, otros métodos con otros medios más expeditivos por parte del Estado, y que, sin duda, tiene previstos para evitar que estas infracciones de nuestro código penal se puedan cometer impunemente, en tanto el TC decida sobre la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las acciones colectivas que se están poniendo en entredicho. Hay situaciones como, por ejemplo, la magna concentración que mañana va a tener lugar en Cataluña, en las que, vistas las especiales circunstancias que este año concurren en esta fiesta catalana, que sería recomendable tomar medidas preventivas especiales para evitar que, en un momento determinado, pueda suceder algún tipo de incidente, evidentemente provocado por los grupos más extremistas y radicalizados del separatismo catalán, capaz de convertir en una estampida revolucionaria lo que tenía las características de una fiesta campestre.

Cuando ello tuviera lugar, sería muy difícil pararlo sin que, para ello, fuera necesario emplear la fuerza y la contundencia, un método que muy difícilmente se podría saldar sin causar víctimas de una o de ambas partes. Comprendemos que no es agradable para cualquier gobierno decretar el estado de excepción o detener preventivamente a los líderes más destacados o mantenerlos en arresto domiciliario o, incluso, sabiendo que las web de la Generalitat facilitará papeletas a los catalanes, para que puedan copiarlas; intervenirlas hasta que las fechas señaladas hubieran pasado y se hubiera conjurado el peligro o, al menos, se tuviera ocasión de recurrir a las medidas excepcionales de las que dispone el Estado para impedir que, los que atentan contra la Constitución, puedan salirse con la suya.

Si el exceso de tolerancia, la cachaza con la que el gobierno del señor Rajoy se ha tomado la amenaza catalana, el evidente error de cálculo de todo el gobierno, incluida la vicepresidenta señora Sáez de Santamaría, cuando aceptó representar el papel de “componedora”, convencida de que si se presentaba en Barcelona y hablaba con las “fuerzas vivas de la ciudad” iba a conseguir que, repartiendo unos cuantos millones para los catalanes, las aguas revolucionarias volviesen a su cauce y que el problema catalán, si no solucionado, al menos se podría retrasar unos años; algo que sería suficiente para evitar que saltase con la virulencia que lo ha hecho, en uno de los momentos menos oportunos para España y los españoles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, es como vemos la situación actual del país y, como ciudadanos de Cataluña, tenemos que poner en cuestión que, lo único que nos garantice el Estado de Derecho, sean generalidades y lugares comunes, cuando somos los que estamos en primera línea de esta batalla y todavía no tenemos idea de por dónde va a venir el peligro por pertenecer a este grupo de personas que nos hemos manifestado en contra del separatismo, que deseamos continuar siendo catalanes y ciudadanos españoles. Mañana puede que veamos con más claridad lo que están dispuestos a hacer los extremistas catalanes y puede que, también, cuál será la respuesta del Estado ante lo que pueda suceder. No olvidemos que el comunismo acecha y tampoco dejemos en saco roto aquella frase latina: “tertius gaudet”