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Diario YA


 

Hablar de “traición” supone remontarse a los más remotos orígenes de la mitología

Traidores y bien pagados

PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO. Hablar de “traición” supone remontarse a los más remotos orígenes de la mitología y la cosmogonía universales, generalmente, porque el ser humano, busca una justificación a sus actos y debilidades creando ídolos a su imagen y, por consiguiente, con sus mismos defectos, pasiones, afectos…
En las civilizaciones más importantes y conocidas para nosotros hayamos ya, en la cultura egipcia, el mito de Set, hermano de Isis y Osiris, quien envidiando la felicidad de éste, al tiempo que deseando a su mujer Isis, hermana de ambos. Set, en más de una ocasión intenta y, al final consigue, matar a Osiris, cuyos restos esparce por todo Egipto.
En la Biblia, encontramos el caso de Abel, asesinado por la envidia de su hermano Caín, así como Eva, que da de comer a Adán el fruto del árbol prohibido, o el caso de Lucifer, el Ángel caído, que se rebela contra Dios.
En la mitología clásica, tenemos el ejemplo de Prometeo, titán que traiciona a los dioses, entregando al hombre el secreto del fuego, y es duramente castigado por ello.
En el fondo, y desde un punto de vista más metafísico, puede decirse que, como el mal no existe por sí, sino que existe en cuanto que es ausencia de bien -siendo Dios el bien supremo y absoluto, para los cristianos, más o menos reflejado en su creación, a través de la cual es posible llegar a un conocimiento natural de Él- el mal ni existe por sí ni es un fin en sí mismo. Generalmente, aunque sea de modo erróneo, ilícito, inmoral… aquél que comete un mal suele hacerlo persiguiendo lo que él considera que es un bien.
Así, Set asesina a Osiris, en parte por el amor hacia Isis, en parte, por su deseo de hacerse poderoso entre los otros dioses y dominar la creación. Eva traiciona a Dios y condena al género humado, movida por su deseo, no tanto de comer el fruto prohibido, cuanto de, por su ingesta, creer que va a ser como Dios; y algo parecido ocurre con el Ángel Caído. Caín mata a Abel no por odio a Dios, sino por la impotencia que le causa que Dios trate mejor el sacrificio de su hermano. Por eso, Dios  aun prefiriendo la oblación de Abel, no interrumpió su diálogo con Caín. Le reprende recordándole su libertad frente al mal, al que el hombre no está predestinado. Prometeo, quizá, no buscaría un bien inmediato para sí tanto como favorecer al hombre con aquel poder que los dioses no le habían dado. Ello no descarta que, en su interior, este intento de favorecer ocultara otro menos altruista de, a cambio del favor otorgado, recibir una adoración que no le correspondía.
Son estos algunos ejemplos de que un fin subjetivamente bueno puede tratar de alcanzarse por medios objetivamente malos. Y ello lleva a la necesaria conclusión moral de que el fin no justifica los medios.
En muchas y, desde luego, en las principales lenguas occidentales, el concepto de traición tiene su etimología en la voz latina “traditio”, cuyo significado es `entregar´: es decir, traidor es el que, seguramente, en busca de algo, a su vez hace entrega de algo en contra de una voluntad o norma superior, como hemos visto en los ejemplos anteriores. Del Latín “TRADITIO” vienen el español “traición”, en italiano “tradimento”, en francés “trahison”, en portugués “traiçao”, en inglés “betrayal” y “treason”, en alemán “treulos” o en catalán “traició”…
Como se ve, mucha veces para conseguir algo, hay que entregar algo, generalmente la inocencia o el alma, como el Fausto que vende la suya a Mefistófeles para, gracias a la eterna juventud, conseguir el amor de Margarita. Y así, en las diversas cosmogonías, mitologías y literaturas encontraríamos numerosísimos ejemplos. Lo mismo que son incontables los casos de traición en la Historia de la Humanidad.
Entrando ya en la historia de la Península Ibérica y, más concretamente en el siglo II antes de Cristo, entre los años 139 y 138, encontramos el episodio de la muerte de Viriato. Siguiendo Apiano y su Historia romana, Quinto Servilio Cepión prometió a los traidores asesinos de Viriato, los urasonenses (gentilicio hoy de los naturales del sevillano pueblo de Osuna) Audax, Ditalcos y Minuros, la entrega de grandes riquezas, ventajas personales y tierras, siempre que pareciera que la muerte del caudillo lusitano no era idea del general romano, sino iniciativa de éstos, a quienes habría sobornado tras acudir a él en calidad de embajadores y en busca de una tregua.
Si esto es historia, adentrándonos ya en el ámbito de la leyenda, algo que, si no fue, bien pudo haber sido o, como diría un italiano, “Si non e vero e ben trovato”, al regresar a su campamento después de la reunión con el enemigo romano,  Audax, Ditalcos y Minuros, entraron en la tienda de Viriato y lo asesinaron mientras dormía, clavándole un puñal en el cuello, pues nunca se despojaba de su armadura. Seguidamente, marcharían al campamento romano a cobrar la recompensa, donde Quinto Servilio Cepión les aspetó  la frase: “Roma traditoribus non praemiat”, es decir [Roma no paga a traidores].
Si el lector se pregunta a qué puede obedecer todo esto, voy a pasar a la más inmediata actualidad de nuestra política nacional y la los protagonistas de la declaración unilateral de independencia de Cataluña. Hecho, que si no fuera por lo que entraña de amenaza a la unidad de España y de daño efectivo a nuestra economía nacional y a nuestra imagen en el exterior no pasaría de una, más o menos tragicómica, astracanada, como en cantonalismo de la Primera República con la república de Granada declarando la guerra a la de Jaén, Jumilla amenazando a todas las "naciones" vecinas o Cartagena bombardeando Alicante y marchando sobre Madrid, siendo detenida a las puertas de Albacete…
Más que astracanada, resulta un esperpento ver cómo Puigdemont ha pasado en pocas horas del más acendrado europeísmo, que sólo podía concebir una república catalana en el seno de la Unión Europea a considerar a la UE un "club de países decadentes, obsolescentes, en el que mandan unos pocos, además muy ligados a intereses económicos cada vez más discutibles".
Hoy los cabecillas de esta traición a España que es la declaración unilateral de independencia catalana están prófugos de la justicia, entre rejas, en libertad bajo fianza acusados de tan graves delitos que incluso alguno de ellos ya abjurando y desdiciéndose, como Carmen Forcadell.
¿Qué supuesto bien pretendían estos individuos al entregar a los que, siendo catalanes quieren seguir siendo españoles? ¿Ganar protagonismo pasando de ser colas de león a cabezas de ratón justificaría entregar a no se sabe qué destino de ruina y miseria a la población de Cataluña? ¿Una cobarde huida hacia adelante para mantenerse en sus poltronas tras presentar un programa de por sí inviable es la causa de la traición a todos los españoles? Posiblemente es éste un misterio que nunca llegue a desentrañarse.
Lo cierto es que hoy está en la boca de todos los españoles, en las ventanas de todas las redes sociales, en todos los medios informativos, la sorpresa y el escándalo con que los españoles vemos las altísimas pensiones que estos independentistas, en razón del cargo que ocupaban, pueden percibir del erario público. Ingrese o no en prisión, Forcadell, como expresidenta del Parlamento de Cataluña tendrá una pensión mensual de 6.235,86 euros (el 80% por un puesto que ha ejercido sólo dos años) a la que habría que sumar 1.565€ en concepto de gastos de representación, aunque no se sepa qué puede representar una, más que presumiblemente, futurible presidiaria. A su vez, a Puigdemont, aunque ahora habla de renunciar a ello, podría corresponderle un sueldo 139.585,67 euros brutos anuales, tres personas a su disposición, coche oficial, chófer y seguridad. Y así podríamos seguir analizando el caso de los numerosos investigados por el intento independentista y otros diversos delitos.

Tradicionalmente, la traición implicaba muchas penas, desde el deshonor de quien la cometía y que heredaban sus descendientes, hasta una muerte pública, vil y denigrante, que no pocas veces pasaba por la tortura previa y el descuartizamiento y exposición de sus restos privados de sepultura hasta la putrefacción o ser devorados por las alimañas, y la enajenación de los bienes no sólo personales sino del patrimonio familiar.

No vamos a postular aquí torturas atroces ni patibularios suplicios públicos, por disuasorios y aleccionadores que, según algunas teorías, pudieren resultar. Pero no estaría de más volver la vista o los antiguos en lo tocante a la enajenación por el Estado de los bienes de los traidores y sus familias.

A nadie se le oculta que hoy, buena parte de los jefes independentistas catalanes, en no pocos casos, se han venido beneficiando durante largos años de un enriquecimiento ilícito, cuyo botín han puesto a salvo a nombre de sociedades o familiares en los más diversos paraísos fiscales y valiéndose de los más estudiados subterfugios.

Y, aunque no amenace la unidad nacional, traición contra el Estado debería considerarse la apropiación delictiva y el enriquecimiento ilícito que, enajenando nuestro tesoro, empobrece a la mayoría de la población, por lo que continuamente vemos del interminable culebrón de los casos de corrupción que asolan España, en todos los niveles de la administración, protagonizados por partidos de todas las ideologías, y a lo largo y ancho de toda la geografía nacional.

En el año 139 antes de Cristo, es posible que Roma no pagara traidores, pero hoy, en el siglo XXI de nuestra era, parece bastante evidente decir que Hispania traditoribus praemiat, o lo que es lo mismo, que en España sí se paga a los traidores, y con no poca munificencia.