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Diario YA


 

Sobre bustos y nueva Memoria Histórica

Manuel Parra Celaya. Desde mi grato exilio veraniego me entero de que la alcaldesa de mi ciudad, doña Ana Colau, mandó retirar el busto del anterior Jefe del Estado, el rey Juan Carlos I, y tampoco se avino a la iniciativa de ediles del PP de colocar en su lugar un retrato del actual. Además, parece que, como si se tratara de un bis en un espectáculo de varietés, la operación de escamoteo del busto se realizó por segunda vez, ante las cámaras de los medios. Con toda lógica, el hecho suscitó las mayores críticas, especialmente en las sensibilidades más atentas a este tipo de desacatos.
    Orillando lo que de sintomático y nada sorprendente pueda tener la actitud de la señora Colau (en cuya toma de posesión menudearon los saludos puño en alto y los insultos a las autoridades militares presentes), podemos enlazar esta lamentable anécdota con el desprecio que sentimos los españoles por nuestra historia, cuando no odio, producto de su desconocimiento muchas veces o de un fanatismo pasional convenientemente azuzado.
    No hace tantos años que, precisamente durante el reinado del padre de Felipe VI, fueron eliminados concienzudamente de sus emplazamientos todos los bustos, estatuas y retratos de Francisco Franco, que también fue –para recordatorio de los desmemoriados- Jefe del Estado español; en unos casos, estos recuerdos del pasado reciente fueron sencillamente destruidos y en otros enterrados en almacenes municipales. Y todo ello mucho antes de que se aplicase esa ignominia legislativa denominada popularmente como Ley de la Memoria Histórica.
    También conviene recordar que dicha Ley fue aprobada durante el gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, pero no debió parecerle tan mal a su sucesor, Sr. Rajoy, cuando la ha mantenido en su total vigencia. No es nada extraño, en consecuencia, que quienes se consideran, in péctore, sucesores a su vez del gobierno de los populares se entretengan ya en demonizar el presente que consideran vencido de antemano, del mismo modo que se demonizó, con inquina y complacencia o con desdén y cobardía, el pasado inmediato, origen por cierto –nuevo recordatorio para desmemoriados- del actual Régimen y del proceso de Transición que lo entronizó. Nos encontramos, por lo tanto, en una nueva vuelta de tuerca o, si se quiere, en vísperas apresuradas de una nueva Ley de Memoria Histórica. Nihil nuevo sub sole.
    Pero la historia existió, pese a quien pese, y, en buena medida, unos hechos condicionaron cronológica y causalmente los siguientes; existió Franco y su régimen de casi cuarenta años; existió Juan Carlos I y la Transición, del mismo modo que existieron Alfonso XIII y el general Miguel Primo de Rivera, la 2ª República, y, más lejanamente, el general Prim, Amadeo de Saboya y, durante un año escaso, una primera experiencia republicana que, en su breve etapa cantonal, fue lo más parecido al dislate autonómico de nuestros días; como existieron las Navas de Tolosa y Lepanto, por cierto... Valgan todas estas referencias para recordatorio también y para conocimiento de los españolitos que han cursado la ESO.
    También podríamos acudir-poco caritativamente, en verdad- al refranero y recordar que de aquellos polvos vinieron estos lodos; todo ello sin quitar ni un ápice de seriedad a la simbólica defenestración del Ayuntamiento de Barcelona ni un adarme del derecho a escandalizarse de muchos españoles. Ojalá ellos y todos no tuvieran memoria selectiva en lo que se refiere a la historia común.
                                                             
 

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