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Diario YA


 

Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar al contribuyente ya no es posible

RECAPITULACIONES SOBRE EL PRESENTE A LA LUZ DEL PASADO

Si estamos un poco atentos a las políticas de Pedro Sánchez y sus secuaces, herederos de la antiespaña y de los terroristas del siglo XX, particularmente en la 2ª República y la denominada “transición” que, en el fondo, porque en la forma se dice que fue un paso de la ley a la ley por la ley, fue una ruptura revanchista contra el Régimen surgido de la legitimidad del Alzamiento de 18 de Julio y de la soberanía popular de una España unida en lo que la historiografía moderna denomina una “guerra nacional” y la Iglesia considera una Cruzada, veremos que el inquilino del palacio de la Moncloa y sus cómplices comunistas y separatistas ya nos están tramando un proyecto de ley de presupuestos generales del Estado con el que España se hundiría en la cloaca histórica de un 125% de déficit respecto del PIB.
No debería sorprendernos. Estos criadillos de Soros, ahora agazapados tras la excusa de la pandemia, buscan la destrucción de España y para ello nada mejor que su ruina y la de sus gentes.
A mí esto me ha traído a la memoria un, aunque apócrifo, famoso diálogo entre Colbert y Mazarino, durante la regencia y la minoría de edad de Luis XIV de Francia. El citado diálogo dice así:
“Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que, engañar al contribuyente]ya no es posible. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello...
Mazarino: Si se es un simple mortal, claro está, cuando se está cubierto de deudas, se va a parar a la prisión. Pero el Estado es distinto. No se puede mandar el Estado a prisión. Por tanto, el Estado puede seguir endeudándose.
Colbert: ¿Usted piensa eso? Con todo, precisamos de dinero. ¿Y cómo hemos del obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables?
Mazarino: Se crean otros.
Colbert: Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.
Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos?
Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta sí.
Colbert: ¿Entonces cómo hemos de hacer?
Mazarino: Colbert ¿Tú piensas como un queso de gruyere o como el orinal de un enfermo? Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son todos aquéllos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a ésos a los que debemos gravar con más impuestos. Ésos, cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos. Son una reserva inagotable”.
Entendamos que “todos aquéllos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres” constituyen lo que hoy se conoce como clase media.
Frente a este diálogo, cabe oponer otro muy distinto y mucho más reciente, que es el que en 1972, tuvo lugar una famosa entrevista entre el Jefe del Estado español y el militar y político estadounidense general Vernon Walters, quien acudió aquí movido por la inquietud que la edad y salud de Franco ocasionaban al mundo occidental. He aquí la transcripción, de una parte de la conversación, narrada por dicho personaje americano:
<Yo había estado en Madrid con Eisenhower y Franco me conocía.― “Su presidente quiere que le hable francamente, de qué?” Yo le dije:― “Mi general, por un accidente de la historia, el Presidente de los Estados Unidos tiene mucha responsabilidad en varias partes del mundo. El está muy preocupado por la situación en el Mediterráneo Occidental, tiene mucho interés y respeto por su opinión y quiere saber cómo ve usted los acontecimientos futuros en el Mediterráneo Occidental”. El me dijo:
 ― “Lo que realmente interesa a su Presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no?”. Le contesté:
― “Mi general. sí”
― “Siéntese, se lo voy a decir: yo he creado ciertas instituciones, aunque nadie piensa que funcionarán. Están equivocados: el Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, drogas y qué se yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España”. Yo le dije:
― “Pero mi general, ¿cómo puede usted estar seguro?”
― “Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de España hace cuarenta años” Yo pensé que iba a decir “las Fuerzas Armadas”, pero él dijo
― “La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra guerra civil.”
Dicho esto, se levantó, me dio la mano y ya había terminado la entrevista>.  
Esto debería ser un testimonio lacerante y un revulsivo para los actuales dirigentes políticos y los denominados “agentes sociales” españoles que, entre unos y otros, sean derechas, izquierdas, centristas, separatistas… están logrando acabar con ese factor de estabilidad que es la clase media.
Esto no debería extrañar ni sorprender, el marxismo, allí donde ha imperado o impera siempre ha hecho lo mismo, destruir la riqueza y servirse del genocidio para imponer su visión del mundo.
Nosotros, como españoles lo hemos padecido en los años 30 del pasado siglo, y tras un paréntesis de cuarenta años de autoridad, paz, desarrollo, justicia y libertad, lo estamos volviendo a revivir. Y nosotros igualmente, pero como católicos, no debemos olvidar que Pío XI, en la parte fundamental de Divini Redemptoris, afirma: "El comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir que colaboren con él en ningún terreno los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana"; ni olvidar que Juan XXIII, en Mater el Magistra, enseña como “la oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical“; a lo añade que “los católicos no pueden aprobar en modo alguno la doctrina del socialismo moderado. En primer lugar, porque la concepción socialista del mundo limita la vida social del hombre dentro del marco temporal, y considera, pro tanto, como supremo objetivo de la sociedad civil el bienestar puramente material; y en segundo término, porque, al proponer como meta exclusiva de la organización social de la convivencia humana la producción de bienes materiales, limita extraordinariamente la libertad, olvidando la genuina noción de autoridad social”.
Otro grito de alarma lo ha dado recientemente la generalmente muda, amordazada, ambigua o anodina Conferencia Episcopal Española, cuando a finales de julio en su documento Fieles al envío misionero, en el que viene a exponer sus objetivos hasta 2025, los obispos alertan de que iniciativas legislativas del Gobierno de coalición, como la reforma educativa, la ley de eutanasia, la de Memoria Democrática o la reforma del aborto abonan un "resurgir artificial de 'las dos Españas', de tan dramático recuerdo".
Ningún español puede pasar por alto la grandeza que Dios a lo largo de los siglos ha dado a nuestra Patria –definida por Menéndez Pidal como “Misionera de pueblos, martillo de herejes, luz de Roma y Espada de Trento”-  que tanto y en tantos terrenos, lucha contra el Turco, evangelización del Nuevo Mundo, combate sin tregua al protestantismo (sea en las sesiones de Trento, sea en los campos de batalla), combates contra la Ilustración o el comunismo…
En efecto, el Estado, cuyo fin es proveer al bien común en el orden temporal, no puede en modo alguno permanecer al margen de las actividades económicas de los ciudadanos, sino que, por el contrario, la de intervenir a tiempo, primero, para que aquéllos contribuyan a producir la abundancia de bienes materiales “cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud” a decir de Santo Tomás de Aquino, De regimine principum, I, 15, y, segundo, para tutelar los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, cuales son los trabajadores, las mujeres y los niños.
Ahora padecemos lo que denuncia el Magisterio. Padecemos un estado liberal que, con palabras de José Antonio, supone que “el conjunto de los que vivimos en un pueblo tiene un alma superior, de jerarquía diferente a cada una de nuestras almas, y que ese yo superior está dotado de una voluntad infalible, capaz de definir en cada instante lo justo y lo injusto, el bien y el mal. Y como esa voluntad colectiva, esa voluntad soberana, sólo se expresa por medio del sufragio –conjetura de los más que triunfa sobre la de los menos en la adivinación de la voluntad superior–, venía a resultar que el sufragio, esa farsa de las papeletas entradas en una urna de cristal, tenía la virtud de decirnos en cada instante si Dios existía o no existía, si la verdad era la verdad o no era la verdad, si la Patria debía permanecer o si era mejor que, en un momento, se suicidase”. Y por último hemos desatendido las providenciales y clarividentes palabras de nuestro Caudillo por la gracia de Dios nos dirigió: “No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria”.
Así están las cosas. Y por ello conviene no tanto por hacer una reflexión nostálgica de la legislación social del régimen autoritario del Generalísimo Franco, cuanto por traer a la memoria la Doctrina Social de la Iglesia, recordando las palabras de Benedicto XVI en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, celebrada en Roma del 24 al 26 de noviembre de 2012: “Nunca debemos cansarnos de replantear esta pregunta, de volver a empezar de nuevo desde Dios, para dar de nuevo al hombre la totalidad de sus dimensiones, su plena dignidad. En realidad, una mentalidad ampliamente difundida en nuestro tiempo, y que renuncia a toda referencia a lo trascendente, se ha manifestado incapaz de comprender y de preservar aquello que es humano». Y, haciendo una referencia muy actual, añadió: «La difusión de esta mentalidad ha generado la crisis que hoy vivimos, que es una crisis de significado y de valores, más que una crisis económica y social”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO