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Diario YA


 

Rajoy tuvo que luchar contra la cerrilidad de Sánchez y la displicencia de Campo Vidal

Miguel Massanet Bosch.  “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.” Groucho Marx. Cuando uno se queda despierto hasta las doce de la noche para ver un programa de televisión espera que, aquellas horas que le roba al sueño, queden compensadas por el interés de lo que se contempla, la agilidad de la acción, y lo gratificante que le pueda resultar el contenido del programa emitido.

El debate que ayer se anunciaba en la TV1 entre los señores Sánchez, del PSOE, y Rajoy, del PP, tenía el suficiente gancho como para acaparar la atención de la audiencia e, incluso que, a pesar de la hora intempestiva en el que se emitió en directo, hubiera personas que perdieron horas de descanso, que tenían que madrugar para acudir al trabajo y, sin embargo, prefirieron permanecer ante el televisor para presenciar el evento. Pocas acabaron resistiendo hasta el final del mismo. En realidad, no podemos decir que nos defraudó ni que, mucho menos, nos sirviera para otra cosa que no fuera para que nos invadiera la indignación, renegáramos de algunos de sus protagonistas y tuviéramos que emplear toda nuestra fuerza de voluntad para resistir la tentación de acabar con aquella sarta de aquella sarta de insensateces, impropias, por supuesto, de alguien que aspira a dirigir la nación española.

Un moderador, el señor Campo Vidal, que se limitó a hacer de convidado de piedra, permitiendo que el debate se saliera de los límites permitidos y se convirtiera en un verdadero rifirrafe en el que el aspirante a gobernar España, el señor Pedro Sánchez, se convirtiera en un sátiro que se lanzó a la yugular el señor Rajoy, en un intento de no dejarle decir palabra, apabullarle a insultos y descalificaciones, interrumpirle en su turno de palabra y haciéndole gestos continuamente para intentar desconcentrar al presidente del PP y actual jefe del gobierno español. Ante esta situación anómala y viendo el cariz por el que se desarrollaba el debate, es evidente que el moderador, señor Campo, aparte de poner cara de circunstancias y extender los brazos en un gesto absurdo de impotencia, debiera de haber llamado la atención al señor Sánchez para que moderara su verbo y contuviera su agresividad, algo que, sospechosamente, no quiso hacer. He empleado aposta el término “sospechosamente” porque es evidente que el señor Campos Vidal tiene un historial, que viene de hace muchos años, de reconocidas simpatías hacia las izquierdas.

Los que ya tenemos una edad en la que la experiencia sobrepasa a nuestros conocimientos, sabemos que existen muchas maneras de boicotear un debate sin que, aparentemente, los que lo presencian se apercibieran de ello. Por ejemplo, tuvimos la desagradable sensación de que el señor Sánchez dispuso de más tiempo que el que se concedió al señor Rajoy; una circunstancia agravada por las interrupciones continuadas por parte del líder socialista, a las explicaciones del señor Rajoy. Claro que, hábilmente, al principio del debate, antes de que los participantes se enzarzaran en la discusión ya, el señor Campos, se adelantó a advertir “que ambos participantes tenían derecho a interrumpirse durante el debate, pues ello debería haber proporcionado agilidad al debate”.

Lo que sucedió no fue que uno interviniera en un momento de la discusión para aclarar algún punto cediendo, seguidamente, su turno al contrario; sino que, a cada palabra que pronunciaba don Mariano, el señor Sánchez mascullaba comentarios a media voz, interrumpía con observaciones desagradables e impropias y gesticulaba continuamente con la evidente intención de desconcentrar a su oponente. A esto muy bien se lo puede calificar de “juego sucio” Y todo ello sucedió ante la complaciente actitud del señor Campo Vidal, en teoría moderador, pero en realidad un cómplice que permitió, sin intervenir en ningún momento, que llegara un momento en el que, los insultos proferidos por el mal educado y faltón señor Sánchez, su verborrea apabullante, sus cambios bruscos de tema cuando no quería contestar al señor Rajoy, sus citas y referencias falsas y, evidentemente, empleadas con mala fe para crispar a su interlocutor, se salieron de lo que, hasta el más paciente puede llegar a aceptar, provocando que su adversario saltara, perdiera los nervios y reaccionara, como cualquier persona íntegra hubiera hecho ante el cúmulo de ofensas y falsedades que se vertieron contra él. He de decir que algunos no hubiéramos soportado ni una décima parte de lo que tuvo que aguantar don Mariano y, evidentemente, hubiéramos reaccionado no con tanta flema como lo hizo él.

El señor Sánchez puede ser un universitario, puede se una persona inteligente pero, señores, lo que evidenció en el debate de ayer es que, con tal de arrimar el ascua a su sardina, acuciado por unas encuestas que, cada día, lo sitúan en una situación menos airosa( parece que no alcanzará los 100 escaños) ha demostrado ser una apersona calculadora, sin principios, falsa y dispuesta a mentir y exhibir cifras amañadas, algo que repugna a cualquier persona de bien y ofende y causa avergüenza ajena a cualquier ciudadano, sean cuales fueren sus ideas políticas, que crea en la seriedad, en las buenas formas, en la expresión libre de cada cual de sus propuestas y la crítica educada y bien documentada pero, nunca, en una actitud de matón de lupanar, olvidándose del respeto que se le debía a un señor que, contra viento y marea, jugándose los votos de los ciudadanos, ha hecho lo necesario para sacar a España de la situación, previa al rescate, en la que la había dejado el señor Rodríguez Zapatero. Si el señor Campo Vidal, hubiera cumplido con su obligación, hubiera cortado el debate advirtiendo que no toleraría insultos ni descalificaciones personales, es posible que el desarrollo del debate hubiera sido más interesante y el señor Sánchez hubiera tenido que medir más sus afirmaciones y controlar el cúmulo de bazofias, inexactitudes, mentiras vergonzosas y salidas de tono, con las que ensució su actuación y causó arcadas vomitivas en todos los que tenemos memoria para no olvidarnos de lo que ha sido la conducta de los socialistas durante la historia moderna de nuestra patria.

Empezando por sus actuaciones durante los primeros días de la República, ensuciando sus inicios ocupando las calles y provocando miles de algaras y huelgas, acabando por intentar un golpe de estado para cambiar el signo de los dirigentes de la misma República, en octubre de 1934, cuando la revolución de Asturias. Una conducta reprobable que lo único que consiguió fue irritar a los espectadores, confundir a los que esperaban un debate serio sobre las propuestas de cada uno de los participantes y alegrar a sus oponentes del resto de partidos que acuden a las elecciones del 20D y que piensan que van a sacar provecho de la escabechina con la que, P.Sánchez, quiso encumbrarse y darse a notar, no en busca del voto de derechas que, por supuesto, no nos dejamos engañar ni influir por semejante basura, pero sí, probablemente, buscando motivar a la parroquia de la izquierda, en la que piensa apoyarse para intentar reflotar las aspiraciones, hoy en hojas bajas, del PSOE.

Esto queda claro con el comentario que parece que hizo el señor Iglesias de Podemos quejándose de la tosquedad del debate y recriminando las formas utilizadas en él. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, cuando se esperaba escuchar una discusión, todo lo dura que se quiera, con los comentarios más críticos pero con buenas maneras, sin acosar al adversario, dejando que se explique y respetándolo; resulta que uno de ellos pierde las buenas formas y lo echa todo a perder.

Sin embargo, los que tenemos experiencia en tratar con las izquierdas sabemos que disponen de un manual, un libro de estilo de tácticas comunistas para discutir y salir airosos de sus batallas contra el capitalismo, un manual del que, al parecer, el señor Pedro Sánchez ha extraído importantes enseñanzas, que ha utilizado para intentar descontrolar al adversario político; en el que están especificados, uno a uno, los métodos que Pedro Sánchez ha utilizado en su debate con Rajoy: poner nervioso al adversario, mentir y repetir mil veces las mentiras para que parezca cierto; acusar continuamente de errores al contrario aunque no sea cierto; atribuirse éxitos que nunca se han conseguido; despreciar la labor del rival; gesticular para desconcentrar al oponente; hablar rápido e introducir miles de datos, aunque no sean ciertos pero que hagan dudar al contendiente etc. Una larga lista con la que se intenta penetrar en las defensas del contrincante, debilitándolo y haciéndolo más débil. Toda una lección de cómo engañar a quien queremos anular. Stalin dixit.

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