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Diario YA


 

El ataque múltiple del viernes en París tiene la misma explicación

Por no defender lo nuestro

Rafael Nieto, director de "Sencillamente Radio" en la Inter. Fue curiosamente Francia, con su revolución de finales del siglo XVIII, la que metió a Europa el veneno de la increencia y el positivismo. La enciclopedia y el saber desplazaron a la Fe, y las naciones más poderosas del mundo empezaron a ceder a las nuevas modas arrinconando las tradiciones y los valores.

Arrinconando a la Cristiandad. Entonces Europa era un continente respetado precisamente por su Historia, por haber sabido parar a tiempo las invasiones de quienes, abrazados al islam, nos quisieron reducir a una mera provincia musulmana. Hoy Europa se hace preguntas que no tienen respuestas fáciles. Hoy queremos saber por qué nos matan así, como el pasado viernes en París. Sin una declaración de guerra, sin ver las caras de los verdugos. Con pistolas, con armas blancas, con cinturones llenos de explosivos. Igual que en Mosul o en Bagdad. Dándonos donde más nos duele: en el centro de las grandes capitales, rompiendo la armonía y la paz de estas democracias liberales tan risueñas que hemos construido. Esta paz consumista y fácil de la que sólo nos despertamos cuando nuestros enemigos deciden hacerse presentes. Porque, para ellos, todos nosotros somos infieles.

Lo dijo Arturo Pérez Reverte en su conocida columna: "Es la guerra santa, idiotas". Por supuesto que no una guerra convencional. No una guerra con bandos enfrentados a la antigua usanza, donde jamás podrían vencer. Una guerra cobarde y traidora en la que los yihadistas tienen las de ganar porque Europa ha destruido todo aquello que nos permitía defendernos con ciertas garantías: el control de las fronteras, ejércitos poderosos y una religión común que nos diera el soporte moral que necesita toda empresa mayúscula. Nosotros mismos hemos decidido suicidarnos. Por no defender lo nuestro, hemos aceptado cualquier cosa extraña o exótica.

Por no defender lo nuestro, que era lo que garantizaba y garantiza el Bien Común y la paz social, hemos aceptado que cualquier cultura puede ser igual de buena. Por no defender con uñas y dientes que nuestra religión es la única que promueve la hermandad y el amor entre las gentes y los pueblos, hemos tragado con la falacia del multiculturalismo, aceptando que todas las religiones son iguales. Y por supuesto que no son iguales. Naturalmente que no. Ahora Francia, Alemania, Inglaterra, todas las grandes naciones se preguntan por qué, y repiten esos discursos políticos de siempre, las palabras huecas que ya todos conocemos, pero que no aportan ninguna solución.

El lenguaje políticamente correcto. Pero ni Europa movió un dedo por los cristianos masacrados en los países árabes donde los yihadistas son más poderosos, ni tampoco lo ha hecho cuando Rusia se ha decidido a atacar a los enemigos de nuestra civilización en su propio terreno. La Europa liberal y los Estados Unidos de Obama han dado la espalda a Rusia y, con ello, han dado la espalda a la única manera real, efectiva, de detener esta guerra no declarada en la que sólo disparan unos. Pero la Rusia de Putin es una nación soberana que no obedece las consignas liberal-masónicas de la UE, que no tiene más consigna que la defensa de lo suyo, que en parte es también lo nuestro. Por eso hace unas semanas, los terroristas mataron a 224 pasajeros de un avión ruso en el Sinaí mediante una bomba. Era su forma de responder a la osadía de haberse defendido.

El ataque múltiple del viernes en París tiene la misma explicación: la venganza por la intervención de aviones galos en territorio sirio. Los yihadistas no perdonan, pero Europa sólo ofrece discursos, palabritas y ruedas de prensa. Lo de siempre. Sigamos, pues, con la doctrina liberal relativista. Sigamos diciendo que las cosas no son ni malas ni buenas, sino que depende. Sigamos hablando de sociedades abiertas, de libertad de circulación, de no prejuzgar nada y de volver a los acuerdos de Schengen. Sigamos igual que hasta ahora, y pronto veremos cómo responden las bestias a nuestras medidas exquisitamente democráticas. Como el viernes en París, desde luego. O en cualquier otro lugar de Europa, o del mundo libre. Porque todos somos sus enemigos, aunque no nos queramos dar cuenta.

Etiquetas:yihadismo