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Diario YA


 

Palabra de Dios

Manuel Bru. 26 de Octubre.

               El otro día una emisora dedicó todo su programa de la tarde para increpar a sus oyentes a que se liberasen de la creencia en Dios, aduciendo dos razones: que esta sólo puede ser un invento humano, y que sólo comporta infelicidad y dolor. Se llegó a decir y a confirmar por parte de todos los contertulios que todos los que creemos en Dios somos terroristas. Este tipo de persecución religiosa, que le falta sólo un paso para convertirse en violenta y cruenta, como en Irak, en India, o en Arabia Saudi, no responde a una mera concepción a-religiosa de la cultura dominante, ni tiene ya mucho que ver con el fanático racionalismo ilustrado, sino que responde sólo a un estallido de odio, de xenofobia, de racismo. El dogma principal de este tipo de ateismo militante es una impresión de Friedrich Nietszche, su gran mentor, que decía que le parecía necesario lavarse las manos después de haber estado en contacto con los creyentes.
 
                Decía Paul Tillich, allá por los años sesenta, que la diferencia religiosa fundamental en la edad contemporánea no era la que existía entre los creyentes y los no creyentes, sino entre los hombres profundos y los superficiales. Ojala fuese aún así. Desgraciadamente creo que la gran diferencia religiosa de este tiempo, tiempo de crisis humana y moral mucho más y mucho antes que económica, es la que se establece entre los hombres que exhalan esperanza o aquellos que expelen amargura, entre aquellos que cobijan amor o aquellos que guarecen odio, y sobre todo, entre aquellos que persiguen a los que tienen fe, y aquellos que aman a los que no la tienen, aunque les persigan.
 
                Por todo esto resulta altamente providencial que en el santo viaje de ese viejo barco, que a no pocos náufragos salva a diario del mar de la iniquidad y el sinsentido, que es la Iglesia de Jesucristo, se haya vivido en estas últimas semanas una experiencia sinodal, es decir, de profunda conjunción y comunión, para mejor aprender a acoger, pensar, meditar, contemplar, y vivir la Palabra de Dios. Porque los que hemos recibido la llamada a abrazar esta palabra como lo que es, mirada, lenguaje, mente y corazón del único Dios verdadero que es el Dios del amor, de ella sólo recibimos, para quienes nos excluyen, denigran, maldicen y odian, una sola respuesta, tan “fundamentalista” y “radical”, que no admite excusa alguna, ni sustracción posible. Y esta respuesta dice así: “Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, gritería (…) Sed más bien unos para otros bondadosos, compasivos y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo Jesús” (Ef. 4, 31-32), porque, “si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis? Vosotros, en cambio, amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os maltratan” (Mt. 5, 44).

 

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