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Diario YA


 

LA PESADILLA

Manuel Parra Celaya. Gigantescas manifestaciones ocupando calles y avenidas; pancartas, banderas tricolores de franja morada, esteladas separatistas, ikurriñas y enseñas autonómicas (ninguna rojigualda, por supuesto). Huelga general indefinida, por supuesto, en todas las universidades, institutos, colegios de Primaria y hasta guarderías. Ocupación y corte de carreteras. Asedios (escraches, en moderno) de edificios militares y gubernamentales. Proliferación de lazos (esta vez, de color negro) en atuendos, edificios públicos y privados, parroquias y palacios arzobispales, así como de los viejos emblemas pacifistas de la cruz invertida con un brazo roto y palomas picasianas. Rifirrafes constantes en consistorios y parlamentos autonómicos, y, por supuesto, en el nacional (donde los diputados de Podemos y el señor Rufián acudían ataviados de sepultureros con ataúdes de cartón). Mociones de censura anunciadas. Editoriales periodísticos reprobatorios y artículos de opinión incendiarios, con la salvedad de las favorables de Alfonso Usía. Homolías exaltadas y comunicados de colectivos de sacerdotes.  Remarques de antiguas películas en todas las televisiones: Por quien doblan las campanas, Jhonny cogió su fusil…, y otras similares. Aparición sorpresa de Su Majestad tranquilizando a la población, en un mensaje real extraordinario…
   
Mariano se despertó de la horrible pesadilla, empapado en sudor y con fuertes latidos en su corazón, ambas cosas tan contrarias a su costumbre; tras unos momentos jadeantes, en esa confusa línea que separa el sueño de la realidad, se levantó en busca de un vaso de agua. Se miró en el espejo del cuarto de baño y, ya más sosegado cuando este le devolvió su imagen de Presidente de Gobierno impávido, se mojó la cara y volvió a la cama.
   
Pero la pesadilla le había desvelado; la culpa la tenía él por haber imaginado, antes de acostarse, durante una décima de segundo –solo una décima- qué efectos podría tener en España el anuncio de una medida similar a la que Monsieur Macron había previsto para la republica, libre y democrática Francia: restituir el Servicio Militar Obligatorio y generalizado, aunque solo se tratara de un mes de duración.

Dejemos nosotros también la ficción por la realidad (uno es incapaz de llegar a conocer cuáles son los sueños y pesadillas de su Presidente de Gobierno y si los tiene) y pensemos por un momento el efecto que podría tener una medida similar a la anunciada en la vecina república: posiblemente, la imaginaria pesadilla de Rajoy con que he empezado este artículo se quedaría en mantillas.

En España el Servicio Militar fue suspendido -    que no abrogado, pues sigue vigente el artículo 30 de la Constitución- por la mano de aquel Sr. Aznar que tan buenas migas hizo con Pujol, por ejemplo, hasta el punto de entregarle la cabeza de Vidal-Quadras en bandeja de plata.

Pero la cosa viene de más lejos, casi desde el momento en que se decidió que la sociedad española fuera bombardeada de forma inmisericorde con campañas de antimilitarismo de manual marxista, de cobardía burguesa y de pacifismo a la violeta; desde el momento en que comenzó el silencio o el apartheid hacia las Fuerzas Armadas y se proscribió la presencia de uniformes militares en las calles. Los sucesivos gobiernos españoles colaboraron eficazmente para ahondar la sima entre el Ejército y el resto de la sociedad e inculcaron a los militares su condición de funcionarios de uniforme. Menos mal que, para un gran número de ellos –oficiales, suboficiales y tropa profesional- sigue vigente y con orgullo su condición de soldados de España y hacen honor al uniforme que visten y a la bandera ante la cual han jurado su compromiso.

Alejados de ellos, tenemos una población pusilánime, que hace melindres y gestos de rechazo y horror cuando alguien se refiere al Ejército, por mucho que los políticos de turno lo quieran vestir de ONG con traje mimetizado. No es extraño, así, que se reniegue del glorioso pasado militar de España, incluso del presente, que sigue esta tradición; se pudo observar con ocasión de la indiferencia con que pasó la excelente película Zona hostil, que tuve ocasión de alabar en estas mismas páginas.

Y uno piensa sinceramente –como muchos padres de familia, profesores y gente decente y honrada (a la que he incluido injustamente en el saco del conjunto de la sociedad) que vendría bien a los jóvenes españoles un Servicio Militar Obligatorio, complementario del moderno y eficaz Ejército profesional, aunque solo fuera por transmitir una serie de valores que escasamente se predican y enseñan en las aulas: servicio y solidaridad, abnegación, sacrificio, resistencia a la frustración, disciplina, compromiso, patriotismo, honor…

El día que esos valores presidieran el frontispicio axiológico de la juventud española, seguro que empezarían a cambiar para bien –o muy bien- muchas cosas en España.