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Diario YA


 

La intermediación

Enrique De la Puente
La intermediación siempre ha existido y seguirá existiendo, y siempre, al menos yo así lo recuerdo, del intermediario se ha tenido mala opinión. Esto no es justo en muchos de los casos, pues no sólo son intermediarios los que, por poner un ejemplo, gravan excesivamente los productos que compran a un campesino, para vendérselos a los habitantes de las ciudades. La intermediación existe cuando un traductor hace accesible a una persona que no entiende lo que otra dice en otro idioma o, utilizando otra de las acepciones de la palabra, cuando alguien actúa para poner de acuerdo a personas que disienten sobre un determinado derecho.
Otro caso de intermediación en nuestra sociedad es la que existe entre una realidad y lo que el intermediario nos presenta de esa realidad. Este es el caso de los cronistas, de los periodistas y de los políticos, y cuando lo que nos presentan como verdad no se realiza con honestidad y respetando la realidad, la intermediación se convierte en algo mucho más perverso que lo que hace el que vende lo que compra al campesino a precios muy bajos, y lo vende al habitante de la ciudad a precios muy altos. El que desvirtúa la realidad presentando como verdad lo que no lo es, está manipulando.
En un artículo publicado en 1996 sobre la Sociedad de la Información ya alertaba sobre los peligros que suponía el que la facilidad de comunicación de  todos con todos hiciera posible esa manipulación; y le daba tanta importancia a este peligro, que incorporaba el término en el título del artículo, que quedó como “La Sociedad de la Información, Oportunidades, Retos y Peligros”. Posteriormente, en 2016, volví a publicar el mismo artículo, pero comentando punto por punto cada una de las previsiones que se habían realizado en 1996 y constatando que, por desgracia, los peligros anunciados en 1996 se habían agravado en 2016, ya que se estaban utilizando las redes sociales más como instrumentos de manipulación que como elementos de comunicación personal o de transmisión de cultura.
La situación hoy es todavía peor, ya que ni siquiera sirve aquel viejo aforismo popular de “si no lo veo, no lo creo”. La digitalización se ha convertido en otro nuevo intermediario, para que cualquier aficionado, por medio de programas de inteligencia artificial, ponga en la cara y la voz de cualquier persona lo que se proponga, haciendo que no sea verdad ni siquiera lo que vemos. Con el software gratuito Fake App, no hace falta ser un experto en informática para conseguir poner la cara o la boca de una persona en el cuerpo de otra, haciéndola aparecer, por ejemplo, en situaciones comprometidas, o decir cosas que pueden utilizarse para fines que, en algunos casos, no son de broma o diversión, sino que persiguen desacreditarla. La aplicación sólo requiere suministrar suficientes fotografías de una o de otras personas. La facilidad de difusión de lo conseguido produce lo que se llama “deepfakes”, o las “fake news” que no son más que mentiras utilizadas para manipular la opinión de los cada vez más crédulos ciudadanos, por falta de la formación necesaria para poder discernir entre lo real y lo falso. El “si no lo veo, no lo creo” se podría ampliar a “si no lo oigo, no lo creo”, porque también hay otra aplicación de análisis de voz, el programa VoCo, que consigue lo mismo, comparando conversaciones de dos personas para que oigamos hablar a una con la voz de otra y lo que es peor, también se puede conseguir imágenes de una persona, diciendo lo que alguien quiere que diga, simplemente tecleándolo en el ordenador.
La capacidad de manipulación ha llegado a tal extremo que se pueden difundir con mucha facilidad falsedades para cambiar la opinión de múltiples destinatarios. Hasta los historiadores serios se ven, a veces, sorprendidos con que determinados grupos de intereses cambien, o mejor dicho, intenten cambiar realidades más que contrastadas de nuestra historia, difundiendo sobre la misma mentiras que justifiquen sus objetivos. Lo mismo que pasaba en “1984” de Orwell.
Llegados a este punto, se presenta la pregunta ¿en qué podemos creer, si no es garantía de ser cierto ni lo que vemos ni lo que oímos? Por supuesto que hay medios informáticos para detectar cuándo algo digitalizado ha sido manipulado, pero su manejo no está al alcance del común de los mortales, así que la pregunta formulada tiene su sentido. He comentado en otros artículos que es natural la duda sobre si la “virtualidad” que se nos ofrece representa de verdad la “realidad”, ya que siempre estará por medio el intermediario que nos la hace llegar, y ahí está posiblemente la respuesta: en la credibilidad que atribuyamos a la fuente, después de haber constatado que la virtualidad presentada se corresponde con la realidad, una y otra vez. Pero, mientras tanto, estamos siendo testigos de cómo se manipula a generaciones de ciudadanos, que en vez de analizar la información que les llega a través de las redes sociales, o hasta en libros de texto en sus programas educativos, no hacen otra cosa que aceptar esa información, que lo único que pretende es manipularlos. El que no les llegue otra información, para que puedan contrastar con la que se les suministra es responsabilidad, en primer lugar, de ellos mismos, que no la buscan, pero también del sistema que, mediante la manipulación,  ha creado una ciudadanía como la actual.
Siempre nos ha costado menos aceptar como cierta la información que está más de acuerdo con nuestra forma de pensar que la que no, pero por eso es tan importante, si queremos de verdad dar con la realidad, el estudiar con frecuencia la mayor cantidad de información, y no conformarnos ni siquiera con las que nos llegue a través de esa fuente, que a través de su credibilidad se ha convertido para nosotros en fiable. ¿Nos convierte esto en incrédulos? No, yo diría que en prudentes.