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Diario YA


 

Komancherías en España City (1)

Laureano Benítez Grande-Caballero Quisimos dejar de ser diferentes, ser plenamente europeos, integrarnos de pleno derecho en esa civilización occidental que tanto contribuimos a forjar en siglos pretéritos. Aspiramos a que lo que empezara después de los Pirineos fuera una Arcadia feliz, un territorio civilizado homologable con el resto de Europa.

Y es cierto que conseguimos dejar de ser africanos, pero lo que ahora se anuncia tras la barrera pirenaica es un territorio komanche, salpicado de ciudades sin ley… un lejano jardín de las Hespérides pisoteado por Atilas coletudos, por los caballos locos de una comanchería que irrumpe en nuestros poblados con su vocinglería canallesca y sus orgías de pólvora bolchevike, mientras un pueblo español otrora gallardo y valeroso contempla indiferente o cobarde desde los visillos de ventanas semicerradas el estrépito de las cacharrerías destrozadas, el matonismo de las hordas bolivarianas, sus dantescos espectáculos, sus grotescos y amenazantes puños en alto. Welcome to Bananaland, tierra donde antes un mono podía ir de norte a sur saltando de encina en encina, y donde ahora los mandriles de rojo hocico se columpian de banano en banano por toda nuestra geografía, enseñándonos sus horribles colmillos, sus feroces gestos de depredadores en celo.

Quién lo iba a decir: de ser la reserva espiritual de occidente, nos hemos convertido en reserva de especies que solamente existen en nuestro solar patrio, y en algunos países caribeños de cuyo nombre no quiero acordarme. La diferencia que tenemos con los países civilizados de Europa no consiste en que no inventemos, sino en el carácter absolutamente pasmoso de nuestras patentes, sin parangón en los países de nuestro entorno. Nuestro mayor patente actual es la patente de corso, mediante la cual esta carretada de radicales-comancheros puede hacer y decir absolutamente lo que le venga en gana sin que ninguno vaya a la trena, sin que ninguno dimita ―es más, les recompensan con más tertulias televisivas y más cargos―, sin que ninguno quede en evidencia con las vergüenzas al aire en los medios de comunicación apesebrados por el Nuevo Orden Mundial que les jalean y masajean con total alevosía.

Amenazas, insultos, blasfemias, escraches, proetarrismo, corruptelas, nepotismos, agresiones… Y no passa nada, sino que además mucha gente les sigue votando, mientras los jueces archiva que te archiva, sobresee que te sobresee, nada es doloso, nada es profanador, todo es democrática libertad de expresión. Es así como estamos en un apoteósico territorio komanche, donde todo vale. Y esta patente de corso ha generado otros de nuestros epatantes inventos: la komanchería, que consiste en un fenómeno absolutamente grotesco donde no se respetan ni la legalidad ni el sentido común, que puede causar a la vez hilaridad e indignación, que se aleja de los parámetros civilizados de la civilización occidental, cayendo de pleno en el universo del bananerismo más atroz y esperpéntico.

Pues la sustancia de toda komanchería es el esperpento, el mayor invento que España ha aportado al mundo, por lo cual también podría hablarse de «esperpentería». Su base es el ridículo, conseguido a base de una exageración grotesca de hechos absurdos que desafían la lógica y el sentido común. Nada de extrañar, si tenemos en cuenta la inveterada ignorancia, incultura y falta de educación de nuestro pueblo.

Parecen chistes, y están en la línea de conquistas del pensamiento tan castizamente nuestras como la astrakanada y la «greguería», sólo que estos dos esperpentos tenían un aura como más literaria, más de tertulia de café, mientras que la komanchería es más de patio okupa, de asamblea calimochera, de akelarre complotense. Mas, en realidad, en vez de komancherías deberían llamarse «apacherías», ya que tienen su principal madriguera en el programa del Rasputín coletudo titulado «Fort Apache», cuyo logotipo es de una claridad programática tan meridiana, que debería ser el icono de los podemitas, en lugar de los insulsos círculos: un sombrero de copa atravesado por una flecha.

¿Qué significa esto?

Pues aquí está, ni más ni menos, que la condensación icónica del programa podemita: una atávica envidia a «los de arriba» a «los poderosos» ―es decir, a todos los que han prosperado debido a su trabajo, esfuerzo y sacrificio―, que les lleva al odio y el rencor contra ellos, simbolizados en esa flecha con la que quieren eliminarlos.

El caso es que ―komancherías o apacherías; galgos o podenkos―, como su único afán es chupar cámara para salir en las portadas, se dedican a hacer el indio que da gusto. Komaches o apaches, da igual, el caso es que chupe cámara y cace votos entre el rebaño. La lista de komancherías que arrollan nuestro desgraciado país es abrumadora, pero no por eso sacuden al pueblo español de su letárgica modorra, de su indiferencia ignorante, acrisolada en terrazas al sol, tertulias futboleras y lobotomizadores medios de comunicación que han perpetrado en España el mayor lavado de cerebro que se conoce en la posmodernidad.

Ya lo dijo el gran poeta Gerardo Diego, el del ciprés de Silos: «Río Duero, río Duero,/ nadie a acompañarte baja,/ […] Indiferente o cobarde,/ España vuelve la espalda./ no quiere ver en tu espejo/ su historia destrozada».

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