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Diario YA


 

ortega y gasset dejaba expuesto su pensamiento sobre lo que debía sostener el progreso

Izquierda y Estado de bienestar, son términos incompatibles

“Todo es resultado de un esfuerzo. Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde.” José Ortega y Gasset

Miguel Massanet Bosch. Así el gran filósofo, ensayista y humanista del siglo XX, de orientación republicana y miembro del movimiento Novecentista; dejaba expuesto su pensamiento sobre lo que debía sostener el progreso de la civilización que, a su juicio, estaba basado en el trabajo y el esfuerzo mancomunado de los ciudadanos, puesto que, sin ello, sería imposible que se mantuviera. Y, a pesar de los años transcurridos desde la desaparición de tan valioso referente, sus palabras son perfectamente aplicables a la realidad de nuestro país. Es evidente que la civilización ha sufrido durante los, aproximadamente, cincuenta últimos años, un cambio sustancial; no sólo debido a las nuevas ideas que se han puesto de moda, sino que a causa, especialmente, de los adelantos que, en unos pocos años, han traído el progreso en nuevas tecnologías, sistemas de comunicaciones,  investigaciones espaciales, globalización de la economía y los extraordinarios avances en todos los ámbitos de la medicina, que han traído consigo la prolongación de la vida humana y la mejora sustancial de la calidad de vida de las personas.

Para el escocés del Siglo XVIII, Adam Smith,  considerado el padre de la economía, la clave del bienestar social está basada en el crecimiento económico que se consigue mediante la división del trabajo y la libre competencia. Para él “el hombre necesita casi constantemente la ayuda de sus semejantes, y es inútil pensar que lo atenderían solamente por benevolencia (...) No es la benevolencia del carnicero o del panadero la que los lleva a procurarnos nuestra comida, sino el cuidado que prestan a sus intereses”. Contrariamente a lo que propugnaba  Keynes, que pedía darle el poder a unas “instituciones nacionales o internacionales” en periodos de recesión o crisis ( La estatalización de la economía, sistema utilizado por los países de detrás del Telón de cero”; para Adam Smith, “el mercado competitivo (la libertad de mercado) se constituía en el más eficiente mecanismo de asignación de recursos”. Estas dos teorías, el Capitalismo ( hay que dejar que la oferta y la demanda establezcan sus leyes) y  el Intervencionismo estatal ( el Estado se constituye en empresario y es quien, a la vez, se convierte en patrón de todos los medios productivos de la nación y de los trabajadores convertidos de hecho en funcionarios) han sido la que se han venido barajando por Liberales y conservadores, defensores de la libertad de mercado y socialistas y comunistas partidarios de los salarios igualitarios y del intervencionismo de la economía por el Estado.

Por eso, cuando escuchamos al señor Rubalcaba mostrase espléndido en sus promesas y ofrecer una larga lista de mejoras salariales, de prestaciones sociales, de sistemas igualitarios y de subvenciones estatales para determinados sectores tradicionalmente deficitarios; y se ofrece, a quienes le voten para regresar al poder, a poner en práctica un nuevo sistema de apoyos del Estado a los trabajadores, con cargo al Tesoro público; no nos queda otro remedio que formularnos la siguiente pregunta:¿ De dónde piensa sacar, este señor, los recursos precisos para garantizar la sostenibilidad de semejantes concesiones?, ¿ Ha valorado realmente el coste que ello supondría para el Estado? Y, lo más importante, ¿De dónde iba a conseguir los fondos precisos para poder llevar a cabo semejante política de ayudas sociales? De Europa, desde luego que no.
Mucho nos tememos que si le pidiéramos que hiciera una valoración aproximada del coste de sus utópicos ofrecimientos, él mismo, se daría cuenta de la imposibilidad absoluta de llevar a cabo su proyecto. Nos llama la atención la oposición, podríamos calificar de feroz y  visceral del sector educativo (mayoritariamente de izquierdas) a la LOMCE presentada por el señor Werd. Y choca que tanta unanimidad esté precisamente apoyada en el miedo que muchos profesores y maestros con deficiente preparación teman que, con ella, se vean de patitas en la calle. No podemos decir que los resultados escolares del actual sistema educativo avalen su pervivencia ni que, los datos que nos llegan de fuera de nuestras fronteras sean para tirar cohetes, si vemos el puesto que la PISA nos ha atribuido en cuanto a comprensión lectora, competencia matemática y científica.

Y es que, señores, el pretender que en España se siga viviendo del PER, de las prestaciones de desempleo, de los cargos públicos, de los enchufes sindicales o de las subvenciones al cine, el teatro, las traducciones al catalán, los caprichos separatistas etc. es algo que se debe borrar de la mente de los españoles porque, en Europa, ya no va a ser viable. Como siempre ha sucedido y seguirá sucediendo, el nivel de vida de la ciudadanía de un país dependerá del grado de preparación de sus trabajadores, del esfuerzo, de la excelencia, de la exigencia y deseos de progreso, y de la ambición de cada cual. El salario igualitario, sin tener en cuenta los factores que hemos enumerado, como se ha demostrado en aquellos países en los que el Estado ha centralizado la producción, asumiendo la función de la iniciativa privada; ha sido un fracaso absoluto en cualquier parte donde se ha intentado. Vean los resultados, evidentemente precarios, de países ricos en materias primas, como Venezuela o Bolivia, en manos de dictadores que han pretendido eliminar la iniciativa privada y la libre competencia. Y sólo han conseguido la miseria para su pueblo.

El  satanizar a las empresas, empresarios, emprendedores, comerciantes, etc. pretendiendo limitarles sus posibilidades de enriquecimiento o coartándoles con excesivos impuestos y trabas burocráticas su desarrollo, expansión o la adaptación de sus plantillas a sus necesidades productivas; solo produce empobrecimiento de la nación, aumento del desempleo, recesión y mal estar social. Lo hemos podido comprobar durante los años de crisis  y hoy vemos que, sin reactivar la industria, sin su financiación y sin fomentar su competitividad, va a ser imposible que podamos competir en un mercado cada día más globalizado. No hay milagros en el siglo XXI. Las izquierdas pretenden convencer a los trabajadores de que, con aumento de los impuestos a las clases privilegiadas, acogotando a la clase media y aumentando la burocracia y el funcionariado, un país puede salir adelante. Pero si las grande fortunas se marchan de España, las empresas tienen que cerrar por no resultar competitivas y la mayoría de los ciudadanos se convierten en funcionarios ¿quién va a ser  el que trabaje, que produzca y cree riqueza y que, a la vez, pague impuestos que nutran las arcas del Tesoro y que permitan pagar nuestra deuda, mantener nuestro déficit en unos niveles aceptables para la UE y genere confianza en los inversores, para que se decidan a invertir en España? ¡Difícil lo vemos!

O es que, señores, ¿todavía los hay tan simples e ignorantes que piensen que, a espaldas de la UE, tenemos alguna posibilidad de levantar cabeza? o es que ¿sigue habiendo quién sea tan iluso que pueda creer que, sin esforzarnos, sin trabajar, sin prepararnos para las nuevas técnicas y aprender a manejar las novedosas maquinarias y mejoras introducidas por la nueva era digital, vamos a poder competir con las naciones industrializadas? ¿Podemos seguir defraudando al Estado, timando a los trabajadores, como han venido haciendo sindicatos, partidos políticos, empresarios y funcionarios? No, evidentemente, que no; esto se ha acabado, y la solución está en arrimar el hombro, dejar que el mercado trabaje solo y concienciarnos que, el bienestar, nos lo tenemos que ganar entre todos. O así es, señores, como contemplo incrédulo, lo que pasa en este país.
 

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