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Filosofía y teología en San Agustín de Hipona, una introducción

José Antonio Bielsa Arbiol. San Agustín es, junto al Aquinate, el más prominente Doctor de la Iglesia, así como el mayor de los Padres de Ésta. Su biografía coincide con los pontificados de ocho Papas santos: Liberio, Dámaso I, Siricio, Anastasio I, Inocencio I, Zósimo, Bonifacio I y Celestino I. En estos tiempos la situación de crisis en la Iglesia es patente, y se manifiesta a través del pujante influjo de un puñado de peligrosas herejías: arrianismo, donatismo, maniqueísmo (en cuya red caería San Agustín), gnosticismo, pelagianismo, etc.

    Nacido en Hipona (actual Anaba) el 13 de noviembre del año 354 (hijo del pagano Patricio y de la ferviente cristiana Mónica), tras realizar sus primeros estudios en su ciudad natal, marcha a la vecina Madaura para acometer los de retórica: la lectura de Varrón, Apuleyo y, sobre todo, Cicerón -concretamente el Hortensius- le revelarán la vocación filosófica y la búsqueda de la Verdad; será el comienzo de un heroico proceso de conversión que culminará el 24 de abril del año 387 con su bautismo (por San Ambrosio) en la Catedral de Milán. Los hechos de esta apasionante biografía, de todos bien conocidos (y que por ello mismo omitiremos en este texto), fueron relatados por el santo en sus Confesiones (a cuya lectura remitimos encarecidamente).

    Así y todo, sí queremos subrayar la importancia de San Agustín como filósofo, y es que el de Hipona fue un eximio teólogo, en efecto, pero también un gigante de la Filosofía occidental (es el igual de Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino). Y aunque su lenguaje filosófico aparece muy alejado del rigor y la precisión de la Escolástica, ello no obsta para reconocer su agudeza y profundidad incomparable a la hora de abordar las más arcanas cuestiones. Comentaremos brevemente su aportación filosófica, centrándonos en una de las disciplinas por las que más se desvivió: la estética.

FILOSOFÍA

Se asume por convención que San Agustín cristianiza el pensamiento de Platón (aunque en ningún momento podemos hablar de un simple epígono). Tiene también la audacia de ir más allá de los Padres primitivos, quienes desdeñaban la belleza y las artes por igual, y es que nuestro santo siempre conservará cierto grado de sensibilidad moral hacia lo sensual.

    Para él, la única regla será la existencia del pensamiento en nosotros, guía y eje de la actividad intelectiva: es el pensamiento el que trabaja en nosotros dando sus frutos en las más diversas regiones jerárquicas: la de la mera sensibilidad, la de la opinión, la de la fe y la de la creencia. Esta última, siendo la más elevada de dichas regiones, no aparece aislada de sus subalternas, sino que se ejercita en clara relación entre ellas, puesto que la creencia necesita de la fe en nuestras percepciones para asumir la realidad de la vida práctica (en nuestra toma de contacto con la naturaleza).

    Frente a la certeza (conocimiento objetivo) se ubica la fe (consentimiento subjetivo concedido a un pensamiento). El hombre no conoce todo aquello en lo que cree, mas por medio de la fe (y a través del milagro) alcanza a vislumbrar una parcela más extensa del conocimiento.

    Como Platón (quien desciende por línea directa del primer gran metafísico, Parménides de Elea), San Agustín asume la realidad del dominio sensible como parte del mundo de las opiniones (doxas), caracterizado por la caducidad; frente a todo esto, está lo antitético de lo sensible, que es lo realmente verdadero, y que es inmortal y eterno. No obstante -aquí un leitmotiv del santo- este universo sensible y caduco puede simbolizar, como así lo hace, lo eterno. En lo más profundo del alma humana están la verdad y el conocimiento (no la fe): sólo cuando nos ilumina la lux rationis estamos en condiciones de aprehender las verdades generales de las que los hombres participan. El bien, la verdad y la belleza convergen así en la razón eterna que es causa de todas las cosas, puesto que toda belleza procede de la belleza suma, que es Dios.

TEOLOGÍA

Simplificando mucho, podemos concluir que la doctrina de san Agustín reposa en los conceptos de Fe y Razón, cual principios motores de toda actividad intelectiva encaminada al recto discernimiento de Dios Trino; estas dos dimensiones, como advierte Benedicto XVI, “no deben separarse ni contraponerse, sino que deben estar siempre unidas”: la omisión de la una presupone la mutilación de la otra; dicha síntesis se fundamenta en dos fórmulas (a la manera de axiomas pétreos), a saber:

    1) Crede ut intelligas (“cree para comprender”)
    2) Intellige ut credas (“comprende para creer”)

    La primera fórmula implica la necesidad de la creencia para poder cruzar “la puerta de la verdad”, mientras que la segunda “escruta la verdad para poder encontrar a Dios y creer” (Benedicto XVI).

    El valor de esta síntesis no es otro que el de la armonía de la razón y la fe, su mutua reciprocidad y confortación. A todos aquellos que juzgan irracional o supersticioso el catolicismo, meramente les animamos a aproximarse a San Agustín para confirmar cuán racional y razonable es realmente. Y es que la presencia de Dios en el hombre es profunda al tiempo que misteriosa, puesto que “puede reconocerse y descubrirse en la propia intimidad” de la persona. No es asunto baladí: algunas de las más preclaras mentes de nuestro tiempo, como don Manuel García Morente, recuperados para la Fe Verdadera, pasaron por un trance análogo durante el núcleo duro de su conversión (véase El Hecho Extraordinario).

    El misterio del Ser no puede explicarse de otro modo: cuando el hombre se aleja de Dios, se aleja de sí mismo; bien lo supo expresar Agustín en un pasaje tan abrasador como el siguiente: “Porque tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser” (Confesiones).

    San Agustín nos conduce al corazón de la Fe de Cristo a través del más exigente ejercicio intelectual; es, por así decir, el santo Doctor de los filósofos.

OBRAS DESTACADAS

- Del libre albedrío (387-388): investigación en torno al tema del mal con todas sus implicaciones: el mal en sí, siendo pura privación del bien, no existe; sí existe el mal físico, vinculado a la limitación constitutiva de los entes finitos, y el mal moral (el pecado), que resulta de una elección moralmente indebida por parte de la libre voluntad del hombre.

- Confesiones (397-401): apasionada autobiografía espiritual del santo Doctor, dividida en un antes y un después de su conversión, que articula una suerte de diálogo con Dios; obra maestra de la Catolicidad y de la literatura universal, de inagotables matices, expuesta en trece libros.

- La Ciudad de Dios (413-426): la obra cumbre del autor (en 22 libros), donde nos es presentada la historia humana como el sempiterno conflicto entre la comunidad que integran miembros inspirados por la gracia y el amor de Dios (De civitate Dei), y la comunidad formada por los que han depositado su amor en el mundo en sí mismo, renunciando a Dios (la ciudad del mundo).

- Retractationes (ca. 427): obra importante, por cuanto en ella el santo realiza la revisión de su producción escrita, en dos libros.

BIBLIOGRAFÍA

SAN AGUSTÍN DE HIPONA: Obras completas de San Agustín (41 vols.), Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.
POSIDIO: Vida de San Agustín (+ La ciudad de Dios [San Agustín]), Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2016.
 

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