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Diario YA


 

Ex–pana es diferente

Laureano Benítez Grande-Caballero. La diferencia de la España actual con Europa no hay que buscarla ya en el casticismo costumbrista, sino en el progrerío de los inventos políticos y sociales de la izquierda radical, a la vez aterradores y cómicos, que amenazan con convertir a nuestra nación en un esperpento surrealista.

Corría el año de 1960 cuando el Ministerio de Turismo, dirigido por Manuel Fraga, tuvo la genial ocurrencia de emplear la frase «España es diferente» como lema central de la campaña turística que en la década de los sesenta abrió a España al turismo extranjero, con la intención de obtener beneficios de la fama que tenía España en Europa como país atrasado y de costumbres bárbaras, características patrias que constituían su hecho diferencial con el resto del continente. Bastaba traducir “barbarismo” como “exotismo”, para seducir a turistas buscadores de curiosidades y aventuras.
¿Seguimos hoy día siendo diferentes a Europa? En cuanto a nuestra identidad geográfica, podríamos hablar de que lo que surge tras la barrera pirenaica ya no es África, sino un territorio comanche con resabios venezolanos, donde un jefe indio llamado «caballo sentado» ―por aquello de que no le gustan los toros― nos quiere pintar la cara de morado desde su programa «Fort apache», que emite Hispan TV ―cadena pública iraní que emite en español―, y cuyo logotipo es un sombreo de copa atravesado por una flecha (sic). Pero, eso sí, dando a este «salvaje Oeste» un toque helénico a lo Syriza, por aquello de tener un aroma clasicista que nos otorgue más pedigree y ayude a disipar el tufo bananero que amenaza con apestar nuestro territorio.
La España que hoy es diferente no es la de siempre, la que arrancando desde la hispanidad cañí se  ha reconvertido y homologado con Europa con la democracia y el desarrollo económico, sino la otra España, la España roja que perdió la guerra, convertida en Ex – pana, para decirlo con la jerga de la izquierda radical, que abjura de la ñ  por ser letra patriotera franquista, y que antepone Ex porque pretende acabar con nuestra «unidad de destino en lo universal». Una Ex – pana que, lejos de homologarse con la izquierda europea, ha ido en dirección contraria, asilvestrándose, haciéndose montaraz, echándose al monte para realizar una caza de brujas que tenía en mente desde 1939. Y, por un guiño del destino, esta Ex – pana izquierdosa es diferente justo porque inventa. En su obra «El pórtico del templo», Unamuno reproduce el siguiente diálogo, del cual surgió el famoso «¡Que inventen ellos!»:
ROMÁN.- Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó.
SABINO.- Acaso mejor.
Sí, y esto parece ocurrir hoy con la democracia que ellos inventaron, pues el pandemónium frentepopulista que amenaza con derribar los muros de la patria mía ―si un tiempo fuertes, ya desmoronados, que diría Quevedo― pretende demostrar que a progrerío no nos gana nadie, que somos diferentes porque somos mejores, que, aunque ellos hayan inventado el sistema parlamentario, éste funciona en España, como diría Unamuno refiriéndose a la luz, «incluso mejor».  Ahora resulta que los que inventamos somos nosotros, aunque nuestros inventos no sean artilugios de tecnología punta ni descubrimientos científicos, sino experimentos políticos y sociales de aterradora originalidad, de variopinto surrealismo, nunca vistos en la Historia, donde lo terrorífico se entremezcla con lo cómico. Veamos algunos ejemplos:
Un partido que habla de regeneración democrática mantiene en el Ayuntamiento de Madrid a un grupo de ediles ―algunos de extracción okupa― con causas judiciales pendientes, liderado por una «asaltacapillas» que amenazó con quemar católicos.
Una alcaldesa ―de Córdoba― retira todos los cuadros religiosos del Ayuntamiento porque España es un estado aconfesional.
En defensa de los animales, se amenaza a los aficionados taurinos ―«taurino bueno, taurino muerto»― y se muestra regocijo tuitero cada vez que es corneado algún torero.
Un diputado autonómico ―podemita, por supuesto― afirma sin pudor que hay que disolver el Ejército y la Policía por ser «fuerzas represivas».
Una autonomía da un auténtico golpe de Estado contra la Constitución, reventando la legalidad existente, y aquí no pasa nada.
Mientras en toda Europa se intenta controlar la avalancha ―«plaga», en palabras de Cameron― de inmigrantes ilegales, los podemitas proponen el fin de los programas FRONTEX y EUROSUR para controlar la inmigración ilegal, y la garantía de plenos derechos para todas las personas residentes en suelo europeo, con o “sin papeles”.
En un festival de música se veta a un cantante judío por no pronunciarse contra el estado de Israel.
El líder de un partido de izquierdas baila la conga en el Día del Orgullo Gay, mientras su productora ―Con Mano Izquierda (CMI)― es mantenida por el capital de Irán, un país que ahorca a los homosexuales.
En Barcelona ―que tiene como directora de comunicación del Ayuntamiento a una activista postporno amante de orinar en la calle― han aparecido pintadas en las que se escriben cosas tales como: «Turistas, iros a casa; refugiados, sois bienvenidos».
Ortega y Gasset, que tuvo un papel destacado en el advenimiento de la Segunda República, se desmarcó de ella a los pocos meses de su instauración, como consecuencia del fanatismo intolerante que transmitía la Constitución, y que se reflejaba trágicamente en la calle con fenómenos como la quema de conventos entre los días 10 y 13 mayo de 1931, escribiendo en un artículo del 9 de setiembre: «Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: “¡No es esto, no es esto!” La República es una cosa. El “radicalismo” es otra. Si no, al tiempo».
Pues no: la España de siempre no es esto, no es esto…
 

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