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Diario YA


 

Mientras España se viste con los colores del arco iris y le da al Nuevo Orden Mundial razones para que nos considere su principal ariete

EL voto del miedo

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter. Mientras España se viste con los colores del arco iris y le da al Nuevo Orden Mundial razones para que nos considere su principal ariete, empezamos a digerir las consecuencias de la jornada electoral del pasado domingo, cuando Mariano Rajoy, ese hombre diseñado para no hacer nada o casi nada, vio, suponemos que con algo de asombro, que había vuelto a ganar las elecciones, y además con mucha más ventaja que en diciembre.

Algunos amigos míos sostienen que el gallego es como un trozo de corcho, que flota en cualquier superficie. Yo lo definiría como un superviviente nato. Aunque sería bueno recordar que pocas veces en la historia reciente de España ha tenido el voto útil o voto del miedo mayores ni más objetivas razones para triunfar. Ustedes ya conocen nuestra posición con respecto a Rajoy y al PP. Ambos son fundamentalmente tibios y decepcionantes.

Casi nunca están a la altura de lo que prometen ni de lo que se supone que son. Ni ilusionan, ni enamoran, ni conquistan más voluntades que las que ya están conquistadas. Son como una pantalla de plasma, como un bloque de hielo o como una plancha de acero: fríos, inertes, inexpresivos. Pero la historia de las victorias del voto útil se fundamenta en que, ante lo malo, casi siempre existe algo peor; lo tibio siempre será mejor que lo excesivamente caliente o demasiado frío, porque ambos queman. Y lo que le ha ocurrido a Mariano hace una semana es exactamente eso: que enfrente tenía al mismísimo demonio con cuernos y rabo, y a otros dos señores que pasaban por allí y que nadie sabe muy bien lo que piensan o lo que hacen.

¿Podrá gobernar Rajoy a partir de ahora? Esa sigue siendo la gran pregunta. Parece que todos coinciden en que ir a unas terceras elecciones consecutivas nos daría la misma imagen exterior que pueda tener ahora mismo Somalia, por ejemplo. Si queremos parecer un país serio (otra cosa es que lo seamos), se debe alcanzar ya de una vez la fórmula que permita que el PP, que ha ganado 14 escaños desde diciembre hasta junio, continúe en el Gobierno como han querido la mayoría de los votantes. Veremos si se abstiene o no el PSOE, veremos si Ciudadanos traga con Rajoy o exige a otro candidato para la investidura, veremos qué actitud toman los nacionalistas vascos y canarios, y veremos si incluso los populares se atreven a gobernar en minoría al menos durante dos años.

Si hubiese ganado Podemos las elecciones, más de uno habría cogido un taxi y marchado al aeropuerto de Madrid-Barajas a ver los vuelos de salida que había en ese momento. Y no es para menos. Pablo Iglesias y su troupe de aficionadillos, comunistas retrógrados, chequistas de distinto grado o rastafaris sin oficio ni beneficio daban no miedo, sino verdadero terror a buena parte de la sociedad. Han perdido más de un millón de votos desde el mes de diciembre, y nos parecen muy pocos. Podemos tiene que desaparecer cuanto antes. Un partido de esas características no puede seguir compartiendo las mismas reglas que otros están obligados a cumplir, y que los podemitas discuten e incluso se niegan a acatar, porque ellos lo valen. El único valor político que da legitimidad a una posición antisistema es su sentido patriótico; y Podemos lo que busca, entre otras cosas, es la destrucción de la nación española y la aniquilación de la Patria.

¿Confianza en que las políticas del PP sean mejores para España que las que ya conocemos? Francamente, ninguna confianza. Conociendo el estilo de Rajoy, lo que va a seguir haciendo a partir de ahora es lo mismo que desde 2011 hasta el pasado diciembre. Acatar sin rechistar lo que le mande Alemania desde Bruselas, seguir subiendo impuestos como ha venido haciendo en los últimos cuatro años, dejar que los nacionalistas vascos y catalanes continúen con su ofensiva para destrozar la sacrosanta unidad nacional, dejar la ley del aborto de Zapatero vigente para que se siga asesinando a niños inocentes en el vientre de sus madres, y, en fin, asegurar con leyes inicuas que el relativismo moral siga imperando en la sociedad española, convirtiendo a nuestros jóvenes en las víctimas futuras de su propia desorientación vital y de la falta de valores y principios. Eso es lo que han votado la mayoría de los españoles, y aunque parezca tremendo decirlo, probablemente era lo menos malo de los 4 grandes partidos que se presentaban a las elecciones hace una semana.

Que alguien tan políticamente irrelevante como Albert Rivera exija que quiten de enmedio a Rajoy, que le aventaja en más de 100 escaños, comprenderán ustedes que da la risa floja. Ese es uno de los problemas de España, que han surgido dos partidos que se supone que iban a renovar el panorama político, y los dos han salido rana. Uno, simpatizando con tiranos de la peor especie, defendiendo a etarras y proponiendo ¡el comunismo! como solución a la crisis, y otro con una indefinición ideológica que pudo servirle en un primer momento, pero que se ha revelado como la principal causa del abandono de sus votantes. La consecuencia es que la mayoría han apoyado a los de siempre, al PP y al PSOE. El viejo bipartidismo español que sigue vivo cuarenta años después, a pesar de los pesares. Y ahora seguiremos teniendo a Rajoy de presidente, no por sus méritos, no; sino porque lo que había enfrente daba mucho miedo.

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