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Diario YA


 

DEFINICIONES ARTIFICIOSAS

El lenguaje de los políticos predetermina el de los periodistas... ¿O es al revés?

Manuel Parra Celya. No sé si el lenguaje de los políticos predetermina el de los periodistas o si es al revés; lo evidente es que los medios martillean continuamente con una expresión hasta que todos los ciudadanos, velis nolis, la adoptan.

Posiblemente, todo sea una estrategia de la ingeniería social, que practica la técnica del Sr. Paulov con su perrito de marras. Me imagino que todos los lectores están al tanto de que Convergencia tiene como tal los días contados y en su lugar el Sr. Mas va a crear otra cosa. En paralelo, el mundillo separatista –al que le importan tres pitos las regañinas del Sr. Rajoy pero se duele de que le corten el grifo de los dispendios- está imponiendo una autodefinición que ya venía apuntándose hace tiempo: gastada la palabra “independentista” por su escasa aceptación internacional, ahora se impone llamarse “soberanista”, que suena más chachi.

En otro artículo ya mostré la triquiñuela de los eufemismos, por lo que no me voy a repetir; por mí, pueden denominarse como quieran, pero, en uso correcto del idioma, siempre serán, pura y llanamente, separatistas, secesionistas o segregacionistas, que de tanta riqueza léxica disponemos. Como eso de la ingeniería social va por barrios, a los catalanes que nos oponemos a esa locura separatista nos llaman “constitucionalistas” o “unitarios”. Uno prefiere, con mucho, seguir siendo patriota a secas, porque incluso lo de españolista me suena a ambiguo por las razones que luego daré. Hay, pues, patriotas españoles y, frente a ellos, separatistas (y separadores, no se olvide); unos defendemos la unidad entre las tierras y los hombres de España, la igualdad entre los españoles y la solidaridad y la justicia, con las transformaciones que sean necesarias, y otros prefieren volver a la tribu, eso sí, con patente de corso para seguir maniobrando en Suiza, en Andorra y en Dios sabe dónde. ¿Constitucionalistas? Me suena a puro siglo XIX, cuando se cantaba el lairón como arma arrojadiza…

Que hay que conducirse dentro de las Leyes vigentes –la Constitución, el Código de Comercio o el de la Circulación- es evidente; lo contrario es una especie de salto en el vacío, un echarse al monte, aunque sea sin trabuco. Pero una Constitución ya sabemos que es una Ley de Leyes, un código superior que, en un momento dado de la historia, se ha dado una Nación, sea por otorgamiento, pacto o acuerdo; en el caso de la del 78, creo que hay una mezcla de todo ello, pero no es el momento de hurgar en el ayer… A modo de símbolo, he repetido reiteradamente que una Constitución es como un traje que adopta el cuerpo nacional; este traje puede sentar bien o mal, hacer arrugas o caer como un guante, y suele coincidir con los dictámenes de la moda; puede quedar estrecho o ancho, ajarse y devenir en harapos o, por el contrario, lucir en todo su esplendor.

A quienes llevan un traje corresponde elegir a los sastres que deben zurcirlo, si es el caso, o sencillamente buscar otros sastres que confeccionen un nuevo terno que caiga mejor. Siempre teniendo en cuenta el cuerpo que debe vestirlo: la Constitución se fundamenta en la Nación, nunca a la inversa. ¿Hay que reformar la Constitución del 78? Hay pareceres para todos los gustos, y el mío, humildemente, es que sí, en varios puntos, en concreto, en los que se han mostrado erróneos o insuficientes; otros puntos ni se han estrenado…

Lo que está ahora en juego –no solo en Cataluña sino en toda España- es la unidad e integridad nacional, la del cuerpo, no una disputa reformista del traje, la Constitución vigente; por mucho que se llegara a cambiar, nunca satisfaría los deseos de los separatistas, diz soberanistas. Se trata de un debate de alcance supremo, entre quienes se niegan a ser españoles y quieren partir España –sea cual sea la Constitución que nos rija- y quienes nos empeñamos en mantenerla unida. ¿Somos, por tanto, constitucionalistas? Sí, porque nos movemos en el respeto a la ley, no porque nuestra airada defensa termine en el traje. ¿Somos unitarios? Sí, en tanto pretendemos mantener y acrecentar la unidad (que no es lo mismo que uniformidad), pero no porque aceptemos una constante dialéctica entre esa unidad y la desunión, que pretende ser igual de legítima. ¿Somos españolistas? Ya he dicho que el término no me agrada, pues evoca una especie de nacionalismo de signo contrario, que no responde en absoluto a la esencia histórica de la Patria común: España nunca fue nacionalista en sus mejores momentos, sino que, al contrario, se abrió y dio al mundo.

El nacionalismo –todo nacionalismo, sea de vía estrecha o de vía ancha- es como un amor vegetal al terruño, un sentimiento espontáneo pero exacerbado por oscuros intereses, mientras que una Patria implica la dificultad y la belleza de un Concepto, de una Idea, de un Estilo, que se proyecta entre otras naciones del mundo. Me defino, pues, inequívocamente, como español a secas, y, en tanto no adopto una postura ecléctica o perezosa ante el embate separatista, como patriota, por mucho que el término sea considerado políticamente incorrecto por los cursis, demagogos e ingenieros sociales. No se trata de mero juego de palabras: es algo mucho más profundo, porque –recordemos- son las palabras las que originan el pensamiento y no al revés. Gramsci sabía mucho de eso.

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