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EL BELÉN DEL PAPA FRANCISCO: UN ADMIRABLE SIGNO

Fidel García Martínez. Con este título el papa Francisco  hace un año (1 de diciembre)  publicaba una carta apostólica en la que con sencillez, profundidad y amenidad,   alertaba sobre la marginación en la sociedad postmoderna  caracterizada por la ausencia y olvido de los grandes relatos que han configurada la sociedad  mundial durante siglos, como el relato teológico-histórico la Navidad Cristiana.
En aquella ocasión el papa Francisco ha hecho una apuesta  seria y rigurosa por  lo que llama el admirable signo del Belén. Con esta carta, nos advierte, quiere alentar la hermosa tradición de nuestras  familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas públicas (…) algo que en algunos pueblos y ciudades de España determinados partidos políticos  e instituciones laicistas quieren sustituir por placebos luminosos que nada significan porque nada son. Para el Papa el belén no solo es un admirable signo religioso, sino un ejercicio de fantasía  creativa,  que utiliza todo tipo de materiales más dispares para conformar pequeñas obras de arte  llenas de belleza. Este amor por el belén, dice al Papa se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto con  los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. El advierte con cierto pesar que espera que esta práctica de colocar en los hogares y en los sitios públicos nunca se debilite; es más, confío, en que allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada, porque corren vientos  sectarios en algunos lugares que quieren arrasar con los belenes.


Pasa a continuación el Papa recordar la historia del primer belén de la historia, que está unida a la figura de San Francisco de Asís. Fue este gran ecologista auténtico quien en Greccio,  quince de días antes de la Navidad llamó a un buen hombre del lugar, llamado Juan,  a quien dijo: “deseo celebrar  la  memoria del Niño que nació en Belén y quiere contemplar de algún manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”. Tan pronto como lo escuchó, Juan fue rápidamente y preparó en el lugar, lo que el santo le había indicado. Era el 25 de diciembre de 1223, se había configurado el primer belén de la historia. Los protagonistas no eran figuras inanimadas, sino personas hombres y mujeres de carne y hueso, de la comarca de Greccio que traían flores y antorchas para iluminar aquella Noche  Santa. Cuando llegó  San Francisco encontró el pesebre con el heno, el buey y asno. San Francisco con aquel signo tan sencillo cambió el arte europeo y la forma de celebrar  y entender la Navidad. Como dicen las crónicas de aquel belén de la navidad de 1223:“todos regresaron a sus casas colmados de alegría”. 796 años después, el belén sigue siendo el símbolo admirable de la Navidad, pese a las insidias e intentos de arrinconarlo en lugares ocultos o sustituirlo para toda clase papanatismos paganos trasnochados.

 

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