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Diario YA


 

Editorial: "Lío en Scotland Yard"

Las fuerzas de seguridad de un país deben ser siempre dignas de la confianza, el respeto y hasta la admiración de los ciudadanos. Por la ingrata responsabilidad que les es propia, los agentes de la policía, ejército o distintas guardias urbanas merecen la complicidad y el apoyo de quienes, a la postre, somos principales beneficiarios de su labor preventiva o coercitiva.

Por eso, es de lamentar la existencia de casos como el que se ha producido en Inglaterra, donde un agente de la Policía Metropolitana de Londres ha sido suspendido después de haber agredido inopinadamente a un viandante que, horas después, falleció como consecuencia de un infarto. Todo ello tuvo como escenario informativo la reciente Cumbre del G-20, alrededor de la cual diversos grupos antisistema convocaron manifestaciones de protesta, si bien se ha podido comprobar que la víctima de este suceso no participó en ellas, como se creía en un principio.

En un vídeo que ha sido ampliamente difundido, se observa cómo el agente policial empuja de una forma malintencionada a un hombre que parecía estar evitando su presencia allí, quizá por el temor a ser confundido con los manifestantes. Si ya el hecho en sí de maltratar injustificadamente a un ciudadano resulta lamentable, que el autor de la agresión sea un policía genera una sensación muy desagradable, un principio de desconfianza totalmente nocivo para el normal desarrollo de la vida en sociedad, y más en un mundo como el que nos ha tocado vivir.

Aplaudimos la decisión de Scotland Yard, autora de la suspensión del agente, al menos de forma provisional, hasta que se conozcan todos los detalles y circunstancias que rodearon el suceso. Estamos hablando, por un lado, de una agresión sin previa provocación, impropia de un agente de la policía; y por otro, de la posterior muerte del agredido, de quien sucesivas autopsias deberán revelar qué relación hubo (si la hubo) entre ambos desgraciados acontecimientos.

Insistimos: pocos colectivos merecen más respeto y admiración que los cuerpos y fuerzas de seguridad de los distintos países; pero precisamente para que todos los ciudadanos podamos sentirnos confiados y agradecidos por esa permanente acción policial, no puede haber el menor rastro de arbitrariedad o falta de profesionalidad en ellas. La democracia, nos guste o no, tiene sus reglas y éstas deben ser respetadas, mucho más por quienes obligan a diario a cumplirlas.

Viernes, 10 de abril de 2009.

Etiquetas:editorial