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Diario YA


 

Editorial: "Italia y la muerte"

Italia vive horas dramáticas enterrando a los muertos del terremoto que asoló la ciudad de L´Aquila, sepultando vidas y haciendas, y abriendo mil interrogantes sobre la fragilidad del hombre y lo azaroso de la existencia. Las imágenes de ayer mostraban rostros llorosos y descompuestos, angustia, impotencia y desolación. Porque, en efecto, no hay explicación ni hay consuelo: es una gran injusticia y un drama innecesario, un holocausto colectivo que enciende la rebeldía del alma ante aquello que la razón no entiende.

Sin embargo, los cristianos debemos aceptar con una mezcla de resignación y esperanza (difícil de alcanzar, pero no imposible) este tipo de azotes de la Naturaleza. Nuestra pequeñez, nuestra infinita simpleza no nos permite comprender dimensiones que escapan a la lógica de los hombres. Sólo Dios, en su grandeza e inconmesurable amor por todos nosotros, sabe por qué suceden las cosas que en apariencia pueden resultar intolerables. Sólo Él, sabio entre los sabios, administra nuestros destinos con Justicia Divina, la única que puede colmar nuestros más profundos anhelos.

Ocurre esta desgracia en plena Semana Santa, un tiempo muy especial para los cristianos que revivimos la pasión y muerte de Jesucristo, ejemplo permanente de virtud humana y de serenidad ante el terror. Cristo nos enseñó a vivir y también a bien-morir, es decir, a aceptar la fatalidad como parte de la propia existencia y como umbral de la vida eterna. Jesús sudó sangre en el Monte de los Olivos porque era un hombre, y sintió el terror dentro de sí, pero supo caminar hacia la Cruz con entereza y valor, plenamente confiado en el amor de su Padre.

Para cualquiera de nosotros, la idea de la muerte nos paraliza y sobrecoge. Hay un idealismo sobre nuestra propia vida que nos lleva a convencernos de que hemos de perdurar, de que es justo que así sea, porque nos lo merecemos, porque tenemos derecho. Pero no es así. Nuestro paso por este mundo dura el tiempo necesario para poder vivir eternamente, y ese criterio pertenece en exclusiva al Creador. Por tanto, aunque nos cueste, aunque suponga un duro reto personal, no debemos permitir que la muerte nos turbe y nos descomponga.

Recemos por nuestros hermanos muertos en Italia, que ahora están en compañía del Padre, en una inacabable felicidad. Asumamos con una cierta naturalidad lo que la cultura imperante se esfuerza en escondernos de forma tan torpe como inútil, esto es, nuestra finitud presente y la inefable fragilidad de nuestro cuerpo. Y como nos dejó escrito la Santa de Ávila, "nada te turbe, nada te espante". Luchemos siempre por imponer nuestra dignidad, como hijos de Dios, ante la propia muerte.

Jueves, 9 de abril de 2009.

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