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Editorial: "En campaña"

Editorial 23 de mayo. El setenta por ciento de las decisiones emanadas del Parlamento europeo tiene aplicación práctica sobre cada uno de los países miembros. Por eso mismo, sorprende más contemplar los altos índices de abstención que arrojan estas elecciones históricamente y cómo estos crecen elección tras elección. Los dos grandes bloques que lo integran han caído en los mismos vicios políticos que aquejan a nuestra clase política y de ahí la indolencia del ciudadano al no verse representado ni impelido a cambiar nada. Tal vez, esta haya sido la mayor victoria de la casta dominante: dejar sin reacción al ciudadano, hacerle creer que el cambio no es posible, que nada evitará que sigan los mismos y que el acto de votar sólo es un incordio en un día de descanso merecido.

Al ciudadano no le falta razón. La falta de democracia interna en el Parlamento europeo, el hecho de que las decisiones se adopten en el seno del Consejo y no en donde en teoría está la representación ciudadana, hacen todavía más plausible esta idea.

Es cierto. Pero también es cierto que, ante la irremediable sensación de estar avalando el inmovilismo con el voto a uno u otro bloque, cabe provocar la ruptura de estos votando a partidos que no están tradicionalmente representados a nivel nacional y que, con su presencia física en el Parlamento europeo pueden terminar por obrar el milagro. De ahí que la cuestión a dilucidar en estas elecciones no esté en saber si es el PP o el PSOE el partido que saca más votos, sino en comprobar si otros pequeños partidos son capaces de contar con el respaldo popular.

La principal reacción contra el aborregamiento general es, precisamente, castigar a la casta política causante de nuestros males votando opciones que, de jugar en el terreno de juego de otro tipo de elecciones, no tendrían posibilidad alguna. Romper la baraja y apostar al bien posible, alejando nuestra papeleta del mal conocido.  

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