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Diario YA


 

DEVORADOS POR EL EGOÍSMO

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter. A cualquier católico le impresiona el pasaje del Evangelio de Juan, correspondiente al relato de la Pasión de Nuestro Señor en Viernes Santo, cuando, poco antes de ser entregado a las masas para que lo crucificasen, el Salvador le decía a la cara a Poncio Pilato: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz". A lo que Pilato respondió: "Y, ¿qué es la verdad?". Unas horas después, el Justo entre los justos, el Bueno entre los buenos, el Hijo de Dios, era salvajemente torturado y colgado de un madero, como los peores malhechores.

Hoy, en 2018, igual que entonces, el mundo sigue sin saber qué es la Verdad, o para ser exactos, dando la espalda a la Verdad, y deambula, presa del relativismo moral, dando tumbos y chapoteando en el lodazal de las pasiones, cometiendo injusticias a diario, que son hijas del egoísmo y de la perversión. Que son, en definitiva, hijas del Diablo. El Papa Francisco, con gran acierto, acaba de decir en Roma que el mundo de hoy se enfrenta "a la vergüenza de haber perdido la vergüenza".

Sólo hay que echar un vistazo al mundo moderno para comprobar el daño terrible que ha causado a los hombres el arrinconamiento y el descrédito de la moral cristiana. Como bien subraya el Pontífice, "nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por divisiones y guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los más pequeños, los enfermos y los ancianos son marginados". Un mundo donde no hay más culto que el que profesamos, directa o indirectamente, al dinero.

De la misma forma que hace casi 2000 años, las mayorías, en democrático referéndum a viva voz, dejaron libre a un criminal y crucificaron al más Inocente de todos los hombres, hoy esas mismas mayorías perpetran las peores aberraciones morales, cometiendo el mismo pecado original, que no es otro que la soberbia. El pecado del hombre que deja de ser consciente de su pequeñez e insignificancia, y pretende erigirse en un nuevo dios, errático y caprichoso, pero con el poder de sentirse parte de un grupo decidido a aplicar una justicia de consenso. Una justicia que, por revanchista y llena de odio, es la mayor de la injusticias.

Pero hoy, Domingo de Resurrección, es el Día de la Victoria para los cristianos, porque el Redentor ha vuelto para salvarnos a todos sus hijos. Y hasta el príncipe de las tinieblas palidece. No serán los partidos políticos, meros administradores de una democracia mal organizada, ni las caducas ideologías que representan, los que solucionen los problemas más graves y acuciantes que tiene la sociedad de hoy. Se engañan los que ven en el progreso técnico y en la apariencia de libertades públicas el camino para construir un futuro mejor que este presente caótico, violento y autodestructivo.

El mismo que sudó sangre en el Huerto de los Olivos, porque era hombre, y que pidió a Pedro que guardase su espada porque el Cáliz de su Padre lo tenía que beber, resucita hoy de entre los Muertos para la redención de la Humanidad. Y es bueno que recordemos que sólo desde la contemplación de la Cruz, y siguiendo el ejemplo de serena determinación que nos dejó Nuestro Señor, podremos superar este bucle tenebroso en el que la Humanidad se empeña en caer, una y otra vez. Una humanidad que, en presencia del Hijo de Dios, se atreve a preguntarle, como Pilatos: ¿Y qué es la Verdad?".