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Diario YA


 

Del Himalaya al Jarama: España, Estado de Izquierdo

Laureano Benítez Grande-Caballero

Dentro del mundo de la política-ficción, no hay que ser ningún clarividente para saber que España está abocada a una conspiración de la izquierda para constituir un nuevo Frente Popular, con el objetivo ―como han afirmado hasta la saciedad― de «desalojar al PP de las instituciones», siguiendo la consigna carbonaria con la que obsesivamente nos están machacando desde hace ya bastante tiempo: #echaraRajoy.
A esto se reducía su programa electoral, y a eso se reduce ahora su patética oposición, pues ahí se expone en toda su crudeza su sobrecogedora ineptitud, su devastadora incompetencia, su escandalosa falta de ideas y, especialmente, la conjura tabernaria contra la derecha en general, que ha infectado con su feroz cainismo la jacobina y maléfica obsesión patológica de la izquierda española de siempre por echar a la derecha, no sólo de los gobiernos, sino de la misma vida política de nuestro país, y hasta del mismo planeta, exterminándola de raíz, arrojándola al mar cargada de cadenas, en una escena totalmente bolchevique donde milicianos puño en alto berrean «La Internacional» entre los milenarios gritos de «¡Fascistas!», mientras sus acorazados «Potemkin» cañonean salvajemente las decaídas fortalezas «fachas».
Este nuevo Frente Popular se hará más pronto que tarde, pues los golpistas que lo están urdiendo con la única excusa de las corruptelas del PP no pueden esperar a que éstas ― producidas en un pasado que empieza a resultar lejano― comiencen a perder su actualidad, como tampoco pueden esperar a que la coyuntura económica de constante mejoría acredite ante la ciudadanía que nuestro país es el que más crece de la Unión Europea, algo letal para los populismos, cuyo crecimiento se produce entre la carroña, en el caos, en las crisis.
Esta es nuestra democracia «deluxe», donde un partido político que ha sacado España del apocalíptico marasmo económico en que la izquierda lo había sumido, hasta llevarlo a una senda de crecimiento sostenido, va a ser «desokupado» del poder. De eso se trata, pues estas izquierdas de extracción okupa no pueden evitar que sus genes zarrapastrosos se manifiesten en el vocabulario que utilizan, y, además, en su pervertida ideología piensan que la derecha no ha ganado las elecciones legítimamente, ya que, en el fondo, «la gente» está con ellos. ¿No dijeron acaso que la el apoyo de C’s al PP era un golpe de estado? (sic).
A eso le llaman «gobierno de progreso», «gobierno de cambio». Ante esto, cabría preguntarse, en primer lugar, cuántos «cambios progresistas» llevamos ya en España, y si es posible llamar así a programas, actitudes y gestos que apestan a la naftalina de almonedas y desvanes telarañosos, y que acumulan la pátina de las cenizas con que fueron ignominiosamente derrotados en el 39.
Sin embargo, este «gobierno de progreso» que diseñan, con taquígrafos y todo, hace ya mucho tiempo que ejerce acción de mando en nuestro país, pues desde la ley de Memoria Histórica ha creado el futurista Ministerio del Tiempo, maligna institución que ha butroneado la historia reciente de España, convirtiéndola en una espectacular moviola roja que igual te exhuma un cadáver, que te quita nombres de patriotas y artistas de nuestras calles para poner a sus gángsters y sus milicianos ―a los que incluso eligen monumentos, como en los casos de los impresentables golpistas Indalecio Prieto y Largo Caballero―; que derriba las estatuas de Franco, el patriota que salvó a España de convertirse en una dictadura proletaria abrazada a los feroces osos de Stalin, y convirtió a un país subdesarrollado y destruido por las conspiraciones revolucionarias, sumido en la anarquía, en un país reconciliado y próspero, en un ambiente de paz, ley y orden como nunca se había visto en la historia reciente de España ―por cierto, Madrid es la única ciudad del mundo que tiene una estatua dedicada a Lucifer, quien, al parecer, tiene más méritos que Franco para ostentar este privilegio. Algún día desarrollaré este tema, por supuesto―.
Labor luciferina la de este Ministerio,  donde la progresía  engendrada y paniaguada por los conspiradores del NOM ha inventado indecentemente una historia de España absolutamente falsa, según la cual la España de Franco fue una sangrienta revolución fascista que «genocidó» una República democrática, paraíso de las libertades, que fue aniquilada porque defendía a propietarios y campesinos de la malvada explotación de burgueses, terratenientes y curas, los cuales veían amenazar sus privilegios por las magníficas conquistas de la izquierda frente populista (sic). Esta la punta del iceberg de las de la gran estafa de la Transición española, la cumbre inmarcesible que culmina el gigantesco «Himalaya de mentiras» ―como diría Julián Besteiro, el único socialista sensato ―en que se convirtió el posfranquismo.
Porque en ese desalojar a la derecha del gobierno, en ese #echaralPP,  late una conjura espiritista que lo que pretende en realidad es resucitar la política golpista de la República que conspiró contra la CEDA desde el mismo momento en que la confederación de derechas ganó las elecciones de noviembre de 1933. Fue aquí donde se produjo otro golpe más de la «democrática» República ―que comenzó con un golpe de estado dirigido por los monárquicos católicos Alcalá-Zamora y Miguel Maura para adulterar la victoria de las candidaturas monárquicas en abril del 31, forzando ignominiosamente la dimisión de un rey cobarde al que abandonaron todos, en alevosa traición― pues las izquierdas amenazaron con la revolución en caso de que entrase en el gobierno un sólo ministro de la derecha, aunque había sido la rotunda vencedora de las elecciones. Fue en ese contexto donde los líderes socialistas dijeron aquello de que «preferían una guerra civil a que gobernase la derecha».
Y fueron a por ella, claro, organizando la insurrección general de octubre de 1934, movimiento revolucionario que alegó como excusa la «amenaza fascista» que suponía la entrada en el Gobierno de tres ministros de la CEDA. «Guerra Civil» llamó el megagolpista Largo Caballero a este movimiento subversivo proletario que pretendía derribar la legalidad republicana, que por cierto, no era el primero, aunque sí fue el más espectacular.
Y buscaron una guerra, claro que la buscaron, planeando alevosamente el asesinato de los principales líderes derechistas, conspiración en la que se asesinó a Calvo Sotelo, y Gil-Robles se salvó por los pelos porque los policías y milicianos socialistas no le encontraron en su domicilio. Todos los indicios apuntan a que el magnicidio fue pensado por Indalecio Prieto, con la intención de provocar a los rebeldes militares para que, por fin, dieran ya la cara. En su delirio, pensaban que el Alzamiento derechista sería aplastado por la movilización popular. Cosas veredes.
Así que todavía estamos ahí, merced a la máquina del tiempo de la chusma izquierdosa, con aquello de que  hay que #echaralaCEDA, el verdadero hashtag que late en su #echaralPP. Ahí tenemos otra vez ―con el felipismo estuvieron trasvestidos de socialdemócratas, por aquello de que todavía no podían cabrear demasiado a los militares―, a los milicianos agresivos, violentos, comecuras y violamonjas, con el puño en alto, clonados de aquellos matones que arrasaban las calles de las principales ciudades republicanas, que iban de cheka en cheka, de Paracuellos en Paracuellos, arrojando a los Jaramas la escoria fascista que querían borrar de la faz de España.
Todavía no desfilan en sus atestadas camionetas, pero sí van como caballos locos por las redes sociales, insultando, amenazando, regocijándose con los banqueros y toreros muertos, proponiendo roscones-bomba, guillotinas y linchamientos, defecando en las víctimas del terrorismo. También la calle es suya, con sus manis y sus escraches, reventando mítines de «fachas»… calles donde igual golpean a un militar que va de uniforme, que a una monja que pasaba por ahí, o a algún militante o cargo público del PP o C’s.
 De paso, pintar el nombre de Satán en alguna iglesia queda de lo más revolucionario, junto con los mantras dictados por Lucifer que dicen cosas tan espeluznantes como «la Iglesia que mejor ilumina es la que arde», o «beberéis la sangre de nuestros abortos». Sí, si pudieran, prenderían fuego a nuestras iglesias para después hacer señales con ese humo de Satán a las legiones infernales que dirigen sus luciferinas performances.
Desde luego, el inepto y patético Pedro Sánchez nunca podrá ser Largo Caballero ―el estucador aspiraba a ser Caballero de la Orden del Kremlin―, pues el mesiánico rol de «Lenin español» ya lo tiene por aclamación popular y mediática el Coletudo Mayor de los batallones bolcheviques. Entre los dos, han creado la «PosEspaña» pregolpista.
Y el Frente Popular que nos espera tiene una magnífica expresión audiovisual en la típica escena de aquellos documentales en los que una manada de hienas con los hocicos ensangrentados se disputan fieramente la carroña, escena que muy bien podría desarrollarse en Paracuellos y alrededores.
Sin embargo, la catadura moral de estos frentepopulistas de hoy supera en desfachatez algunas cosas a los próceres de la República de la que vienen, pues su feroz antiespañolismo contrasta sobremanera con aquello que dijo Azaña sobre que prefería el gobierno de la derecha a que España se desmembrara, cosa que no sólo no le importa a esta caterva vengativa y rencorosa, sino que constituye precisamente uno de sus más excelsos objetivos.
También existe una soberana diferencia entre la CEDA ― formación genuinamente de derechas ―y este PP que, presa de una repugnante defección de los postulados que debe tener cualquier derecha que se precie, ha abdicado de muchos de sus principios, realizando una alucinante reconversión que ha convertido al PP en un partido de centro reformista, hasta el punto de que, ni siquiera con mayoría absoluta, ha derogado la maligna Ley de Memoria Histórica, ni la perversa ley del aborto de ZP-Aído. Y no es que sean buenistas ni cobardes, no, es mucho peor: están de acuerdo con esas leyes, comparten su ideología criminal, como comparten tantas cosas ―véase el LGTBI― del pensamiento progre que devasta desde inicios de la Transición nuestro desgraciado país.
Es por eso por lo que en los aquelarres de los golpistas jamás se ven ondear banderas patrias, porque, en sus pesadillas sobre la derrota ignominiosa que sufrieron, la enseña nacional la ven como el sudario que amortajó su España bolchevique, y en nuestro himno ven una «pachanga fachosa» porque fue el «réquiem» con el que la España de Franco les dio el responso funeral, amenizado con los gritos que les vencieron por tierra, mar y aire: «¡Viva España!», y «¡Arriba España!». Ellos, a los únicos que arriban es a los parias de la tierra y a las famélicas legiones, faltaría más ―bueno, y a sus enchufados y clientelitos, a los que hay que mantener con los 400.000 cargos políticos que hay en este país―.
Estos rojos de hoy son libélulas atrapadas en el tiempo, sufriendo un interminable «día de la marmota» que repite su derrota una y otra vez, hasta el infinito; día del que sólo podrán salir cuando puedan dictar desde sus balcones imperiales y sus hemiciclos de invierno aquello de que «España ha dejado de ser España». Un país que, sometido al totalitarismo del pensamiento progresistamente correcto que emponzoña los medios de comunicación y los centros de enseñanza, ha envenenado a toda una generación desde sus Himalayas de mentiras.
Un ejemplo más lo tenemos en la persecución bolchevique que se ha levantado debido al comunicado que publicó el pasado 18 julio la Agrupación de Apoyo Logístico nº61 del Ejército de Tierra, con base en Valladolid, con el siguiente texto:
«En este día de 1936, oficialmente, se inicia en toda España un alzamiento cívico-militar, en el que participa la mayoría del Ejército. Es un día importante en la historia de nuestra patria que merece ser recordado, para que las generaciones futuras eviten el que se produzcan las circunstancias que propiciaron el enfrentamiento bélico. Los pueblos que olvidan su historia están irremisiblemente condenados a repetirla».
Pues bien: desde la formación comunista han tachado este impecable texto como «una brutal apología del terrorismo franquista y del genocidio de demócratas y republicanos que siguió al golpe fascista de 1936». Y además IU ha reclamado que el coronel jefe de esa unidad sea sancionado. Im-presionante.
Porque ya no estamos en un Estado de Derecho, sino en un Estado de Izquierdo que persigue dictatorialmente a todo el que discrepe de su pensamiento único. En esto sí que es fácil comprobar la gestión del Ministerio del Tiempo, porque si algo caracterizó a la República fue la dictatorial Ley de defensa de la República que cercenó muchísimas libertades… a la derecha por supuesto.
Y así se podría resumir nuestra desnortada y patética Transición: como un espeluznante «trekking» desde el «Himalaya de las mentiras» hasta el «Frente del Jarama», río de color púrpura donde chacales e hienas desencadenados desde la  «reserva roja» del 36 de Paracuellos se revuelcan en el lodo gruñendo a sus víctimas derechosas aquello de «¡No pasaréis!», y «¡España será la tumba de España!».
 

 

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