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En estos últimos años se han escrito muchos artículos y libros contra el régimen autonómico

De Autonomías y nacionalismos regionales

Domingo Ochoa. En estos últimos años se han escrito muchos artículos y libros contra el régimen autonómico. Ante un verdadero problema no se debe adoptar la actitud del avestruz: esconder la cabeza –y sus pensamientos- debajo del ala, o enterrándola en el terreno de los secretos. Los problemas, lo mismo económicos que estructurales nacionales, hay que afrontarlos con valentía, sin prejuicios anacrónicos. A las Autonomías las atacan los españoles, principalmente, por despilfarro en tiempo de crisis. Un Parlamento nacional, más diecisiete Parlamentos regionales, suponen demasiados Representantes, innumerable burocracia con múltiples cargos, ayudantes, miles de asesores-consultores-expertos, secretarios, sueldos desmesurados, compra disfrazada de votos, a las Autonomías, al estilo de los viejos caciques de antaño, políticos enfrentando innecesariamente a los españoles en su propio beneficio y de sus partidos, sindicatos obreros subvencionados por el gobierno manteniendo enorme cantidad de “liberados” improductivos especializados en manifestaciones tras las banderas republicanas, de dos repúblicas que condujeron a España al caos y tantos otros problemas, denunciados por los españoles, que sería prolijo y reiterativo seguir exponiendo. El Parlamento europeo, ante la integración de más naciones al mismo, resolvió disminuir el número de diputados de cada nación. Hay que estar al día según las circunstancias. Ahora, marzo 2014, Italia ha decidido suprimir provincias y sus altos cargos y Francia regiones. Respecto a España, cuando empezó sus quehaceres la Constitución de 1978, fue necesario elaborar numerosas Leyes inexistentes y desarrollarlas. Gran labor de trabajo para parlamentarios nacionales y autonómicos. Pero esos tiempos han pasado. Ahora la legislación y el trabajo parlamentario han disminuido y nuestros representantes se encuentran, frecuentemente, sólo ante labores menores, o asuntos que no solicitan los españoles o que no son perentorios, o, incluso, sería mejor no plantearlos. Sobran ya muchas Comisiones legislativas de antaño y muchos diputados, trabajando en ellas. Quizá nuestros “padres de la Constitución” sobrevaloraron la época feudal española y la lucha contra los musulmanes. Ocho siglos de Reconquistan marcaron sus personalidades con mentalidad anacrónica. ¿Por qué de los más de 4.000 años de la historia de España tenemos que estar encadenados siempre a unos siglos rencorosos medievales? ¿Por qué no a épocas anteriores o posteriores? Para ciertos políticos, anclados en el pasado, parece sólo contar los reinos de taifas cristianos, momentáneamente necesarios para luchar contra los mahometanos. Pero eso fue una etapa superada, de su tiempo, que nunca deberíamos reproducir. Hay que estar al día y desterrar las veleidades desintegradoras federalistas de jefezuelos autonómicos del siglo XIX, como en tiempos de Alfonso XIII cuando se terminó con las guerras civiles carlistas y el federalismo separatista. ¿Por qué de nuestra historia tenemos que recordar siempre lo que enfrenta a los españoles y no lo que los une? Como escribiría Unamuno en carta a Ganivet: ”… De los árabes no quiero decir nada, les profeso una profunda antipatía, apenas creo en eso que llaman civilización arábiga, y considero su paso por España como la mayor calamidad que hemos padecido…”. Por lo menos fueron los fundadores de lo que en nuestros tiempos son las Autonomías: Los reinos de taifas musulmanes y cristianos. Se necesita un gran consenso, entre los partidos de ámbito nacional, para solucionar el problema de las Autonomías, olvidando los posos fratricidas medievales; aunque el arreglo más fácil, rápido y urgente sería que los partidos constitucionalistas se pusieran de acuerdo en suprimir las competencias de las Autonomías en materia de Educación y Enseñanza, pasando a ser éstas de ámbito nacional. Y algún retoque más, como cesar a todo político que no cumpla y haga cumplir la Constitución. Muchos políticos sensatos consideran que hay que cambiar la Ley Electoral. Impedir que partidos regionalistas, con miles de votos, tengan más influencia parlamentaria que partidos nacionales, con millones de ellos. Fijar un tope al gasto público, desterrar jubilaciones blindadas y asesores innecesarios y olvidar nuestra ostentación que los extranjeros denominan “spanish customs”, y nosotros “lujo asiático”, ahora superado por una élite de los nuevos señores feudales autonómicos. Además, como Ángela Merkel hizo en Alemania, recuperar para el Estado algunas competencias, sobre todo las de Educación, como apuntábamos anteriormente y solicitaba el vizcaíno Unamuno: “Todo lo oficial, en español, en español las leyes, en español los contratos que obliguen, en español cuanto tenga fuerza legal civil, en español, sobre todo, la enseñanza pública en sus grados todos” (Revista Faro, 1-XI-1908). Cuestión absurda innecesaria en Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, etc. ¿Cuándo se van a poner de acuerdo los dos grandes partidos políticos para arreglar, de una vez, los problemas de España? Además así se desterrarían las campañas de IU de no votar al PP y PSOE porque no solucionan nada. Para IU y sus falsos indignados, con sus múltiples manifestaciones ¿cuándo el Gobierno va a permitir la utilización de grandes camiones-cisterna arrojadores de agua, teñida o no, contra tales energúmenos, como se usan en los demás países? Y evitar múltiples situaciones rocambolescas. Por citar un sólo caso, el avergonzarnos del Himno Nacional. Los políticos para afianzar las Autonomías resucitaron anacrónicos taifas, inventaron más signos diferenciadores, crearon banderas, himnos regionales para evitar el nacional e historias peregrinas reinventadas para todo tiempo y lugar. Por el contrario, crearon la vergüenza de entonar un himno patrio. El 17 de mayo de 1927, en las bodas de plata de Alfonso XIII, escogió el monarca el siguiente texto, de Eduardo Marquina (catalán), para la Marcha Real. Habrá alguien a quien no le guste, pero podemos recordar a Enrique IV, de Francia, que cuando vio que era necesario abandonar el protestantismo, para ser rey, exclamó, “París bien vale una misa”. Parodiándole podemos decir, “España bien merece un himno” y cantarlo como lo grabó el tenor Juan García y la Masa Coral de Madrid en 1927: ¡Viva España! / Del grito de la Patria / la explosión triunfal / siguió en su rumbo al sol. / ¡Viva España! / Repiten veinte pueblos / que al hablar dan fe / del ánimo español. / ¡Marquen arado, martillo y clarín / su noble ritmo al grito de la patria fe! / ¡Muestre la mente a la mano su fin, / y al Viva España asista toda España en pie!

Etiquetas:nacionalismo