Principal

Diario YA


 

La Navidad es hacernos pequeños, como Dios se hizo pequeño encarnándose en un bebé.

CELEBRAR LA NAVIDAD. LA DE VERDAD

Carlos Rubio Romo. A imagen de Gurb, el extraterrestre protagonista de la novela de Eduardo Mendoza, si un extraterrestre aterrizara en España en estos días para poder observar el comportamiento de los terrícolas, ésta es la imagen que se llevaría:
Calles adornadas (por decir algo) con multitud de luces de motivos mas ridículos los unos que los otros. Ni una mente superior como la suya, llegaría a imaginar siquiera un mínimo de armonía ni de estética en semejante desvarío.
Verá también algunos pinos (artificialmente) nevados. Montañas bucólicas evocando paisajes de ensueño. Pensará que todo es una oda al invierno y a su blanco protagonista. Pingüinos acompañados de renos… ¡en España!... pensará nuestra extraña criatura que las coordenadas que introdujo en el navegador de su nave espacial están equivocadas.
Contemplará aterrado un frenesí de humanoides por las calles programados para engullir kilómetros y entrar en todas las tiendas que estén por su camino. Hordas de consumidores compulsivos que, si te descuidas, te arrollan sin respetar mujeres, ancianos o niños. Humanoides cargados como mulas con todo tipo de objetos como si de repente alguien hubiera anunciado que se terminaban todas las existencias. Unos chillando como posesos, como presos de una euforia sospechosa y otros en silencio sepulcral concentrados en su único objetivo de “fundir” la desgraciada tarjeta de crédito
El pobre extraterrestre oyendo por doquier “felices fiestas”, “felices fiestas” y “felices fiestas” y no sabiendo si lo que se celebra es una suerte de cumpleaños colectivo, de despedida de soltero gigante o la fiesta en todos los pueblos de España. Tanta “fiesta” para acá y para allá normal que el pobre hombre, perdón, el pobre marciano, se imagine eso.
Se cruzará con tipos muy extraños, inflados como balones, todos uniformados de rojo y blanco y bramando sin cesar “¡Jou, jou, jou!” y pensará, con toda lógica, que son vendedores de esa bebida que ve anunciada en cada marquesina de autobús por la que pasa.
Deducirá, cuando lea la publicidad hablando de “la magia” de Navidad, que un gran espectáculo de tan noble arte va a celebrarse próximamente.
En fin, que la pobre criatura estará perdidísima y maldiciendo el momento en que se presentó voluntario para esta misión, pensando que sería coser y cantar y no una terrible prueba capaz de volver loco al más templado…
Pero…espera, espera.
-¿Qué es eso de la “Navidad” ?, exclamará el alienígena. Eso no me lo han explicado. No sé lo que es. ¿Qué hacer?
Absorto en sus elucubraciones se choca sin querer con un señor grande. Algo mayor. Con gran barba pelirroja.
El alienígena se disculpa. El señor, lejos de enfadarse, le sonríe y le pregunta si le puede ayudar.
Nuestro “ET” particular le dice azorado:
-Disculpe la pregunta: vengo de muy lejos y no sé lo que es la Navidad. ¿Podría Usted explicármelo?
-Claro, le contesta el amable señor. Mira, lo primero que voy a hacer es presentarme. Me llamo Gaspar y yo también vengo de muy lejos. Te voy a llevar conmigo en un viaje donde descubrirás lo que es.
Como no me has dicho tu nombre, te llamaré “amigo”. ¿Qué te parece?
-Estupendo, le dice “amigo”.
-Mira allí, amigo. Ese es el hospital del Niño Jesús, en Madrid. La Navidad son esas enfermeras jugando con los niños y arrancándoles las risas más bonitas que oirás en tu vida. Porque la Navidad es alegría.
Navidad es ese matrimonio que, a pesar del agotamiento que llevan encima, incrustado en sus pronunciadas ojeras, sonríen también, viendo reír a su hijo. El papá y la mamá se cogen de la mano. Fuerte. Se miran. Se besan. Y, en silencio, se juran seguir luchando por su pequeño. Porque la Navidad es esperanza.
-Fíjate bien, amigo. Estamos en la misa de la escuela Notre Dame de Victoires, en Roanne. Preparan la Navidad. Escucha, escucha, ¿oyes las canciones? Son voces limpias. Llenas de candor infantil. De esa inocencia que nunca deberíamos perder.
El cielo gris. Pinteando lluvia. Invierno francés y, sin embargo, cuando se ponen a cantar los pequeños un rayo de sol rompe el manto espeso de nubes e ilumina la pequeña capilla.
-    La Navidad es hacernos pequeños, como Dios se hizo pequeño encarnándose en un bebé.
-Vamos a Mananthavady. Mira ese pobre viejo que llama a una puerta y nadie le abre. Y a otra. Y a otra. En todas la misma respuesta: el silencio. Igual que le pasó a la Sagrada Familia en Belén. Los pies descalzos. Callosos. Anda con mucha dificultad. Encorvado. Hambriento. Tos seca. Su cuerpo no puede más. Él lo sabe. Apenas tiene cincuenta años pero aparenta ochenta. Se deja caer, exhausto, como un saco. Llueve sin parar. Desde la ventana del hogar de las Hermanas de la Caridad en este rincón de la India, lo ven. Rápidamente dos hermanas y una voluntaria salen a socorrerle. Lo cogen. Lo llevan dentro. Le secan. Le lavan. Le ponen ropa limpia. Le acuestan. El anciano abre los ojos. Le dan de cenar lo poco que él puede tragar. Una hermana le da la mano. Y por primera vez desde hace mucho tiempo, el anciano sonríe. Se siente querido. Se siente bien. Está en paz. Cierra los ojos y se deja ir…La hermana no ha soltado su mano en ningún momento. El anciano ya ha partido al cielo. La Navidad es acoger.
-Te voy a llevar ahora a donde empezó todo, amigo. A una ciudad que se llama Belén.
-¿Dónde empezó todo?, contesta amigo.
-Sí, dice Gaspar. Allí, hace dos mil años, nació el Salvador. El hijo de Dios se hizo hombre, igual a nosotros en todo salvo en el pecado. Y todo por amor.
Amigo escucha pero no está seguro de entender bien. Le da igual. El viaje le está encantando.
-Chssssss, no hagas ruido, amigo. Observa esa viejecita. Arrodillada ante el altar. Nuestro Salvador nació aquí. Pobre. Sencillo.
La dama reza. Está sola. Su marido murió hace ya varios años y sus hijos, como la mayoría de los cristianos palestinos, se fueron: uno a Sidney, otra a Chicago y la tercera a Londres. A todos les ha ido muy bien. Pero mucho trabajo. No se han juntado todos desde la muerte del padre. El silencio en la Basílica de la Natividad se “oye” a esta hora. La dama reza. Reza por sus hijos, por su marido, por su Palestina, por la Iglesia, por los que están peor que ella. Es pequeña en estatura pero enorme en espíritu. Reza y llora…Llora porque esta Navidad estará sola.
De repente, una puerta lateral se abre y aparecen tres matrimonios con diez ruidosos niños. Sanos. Llenos de vida.
La dama mira de reojo y…no lo puede creer: ¡son sus hijos con sus familias!
Se abrazan largo, largo rato. La Navidad es la familia. A imagen de la Sagrada Familia en cuyo seno nació nuestro Salvador, millones de familias se juntarán en todo el mundo rememorando aquel extraordinario acontecimiento y alabando a Dios por ello.
-¡Madre, qué jolgorio!, exclama amigo.
-Sí, estamos en el orfanato de Parakou, en Benin, el corazón de Africa. Y mira, mira. Ese matrimonio son Justin et Justine Zossoungbo, que hace ya bastante, empezaron acogiendo a un huérfano en su familia y luego otro y luego otro…y ello a pasar de tener ya cinco hijos. Decidieron continuar su santa obra, abriendo un orfanato donde decenas de niños sin padres llevan una vida normal, alegre y de estudio.
Hoy es 24 de diciembre y están nerviosos porque mañana, al levantarse, el Papá Noël les habrá dejado un regalo
- ¿Papá Noël?, pregunta amigo. ¿Ese quién es?
- En fin…es una larga historia, responde Gaspar. Digamos que es la competencia.
- ¿La competencia?, pregunta perplejo amigo.
- Sí, bueno, ya te explicaré. Es un invento consumista para esconder el verdadero sentido de los regalos en Navidad.
Los Zossoungbo son considerados por esas decenas de niños sus padres. Y, como cualquier familia, celebran la Navidad. Mucha gente no entenderá en el primer mundo tanta alegría a pesar de las escaseces. Allí la felicidad se compra. Se negocia. Depende únicamente de lo bien alimentada que esté tu cuenta en el Banco. Aquí no. En Benin y en tantos países la felicidad es mucho más “barata” …pero mucho más auténtica. La Navidad es compartir.
-Escucha cuántos llantos, amigo. ¡Parece un concurso de desafino! ¡Pero cuánta alegría!
En la maternidad en Koh Dach, en Camboya, los medios son escasos. Los habitáculos espartanos.
-Mira, esa es la familia Phoeung y acaban de tener a su hijo. Es ya el cuarto pequeño de la familia. Son agricultores y no tienen muchos recursos. Pero hoy ni siquiera piensan en eso. Hoy es fiesta porque su cuarto hijo ha nacido el mismo día que el Señor. Pobre, como Él. La Navidad es un nacimiento. Como el que millones y millones de familias siguen poniendo en sus casas: grandes, pequeños, de plástico, de trapo, de cerámica, con musgo y sin él. La representación de la Sagrada Familia. La representación del Hijo de Dios que, siendo el más grande, se hizo el más pequeño por amor.
-Brrrrr, ¡qué frío hace!, Gaspar
-Toma, claro. Ahora estamos en Erbil, al norte de Iraq. Muchos cristianos se han refugiado aquí huyendo de unos asesinos musulmanes. Lo han perdido todo. Muchos familiares que se negaron a convertirse al Islam fueron masacrados. Pero ellos no han perdido la Fe en Dios. Al contrario, se dicen: “es lo único que nos queda, lo único que los islamistas no podrán arrebatarnos”. Y le alaban con cantos en medio de la tristeza y la desolación. La Navidad es alabanza.
Chsssssss, Paul Thabit Mekko, el sacerdote responsable del campo de refugiados “Ojos de Erbil” está celebrando la Eucaristía en un barracón transformado en Iglesia.
Adornada pobremente y a la luz de velas y candiles porque no hay electricidad.
-¡Ay si perdemos el fervor y el deseo de celebrar!, previene el sacerdote. Acordaos de la promesa de nuestro Señor: “dichosos vosotros cuando os persigan…en mi nombre. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el reino de los cielos”.
-Mira la diferencia, amigo. En Occidente consideran a Dios un enemigo. Lo han arrancado de su civilización, precisamente construida sobre los cimientos del Cristianismo. Se están suicidando. Un hombre no puede arrancarse el corazón y seguir vivo. En cambio, los cristianos de Iraq, Siria, Egipto, Nigeria, Sudán, China, Corea del Norte…a pesar de las persecuciones siguen fieles. Son grandes. Los más grandes.
Se acaba el viaje. Vuelven al punto de partida.
-Gracias Gaspar, dice amigo. Ahora entiendo que las luces deberían representar a La Luz del Mundo. A Jesús, que tú llamas “Salvador”. Y no esas horrendas formas que atentan contra el buen gusto.
Ahora entiendo que la alegría no debe ser impostada ni impuesta por decreto. La alegría es por el nacimiento de Jesús, la encarnación de Dios.
Entiendo que haya celebraciones y encuentros pero no porque “toque” sino para celebrar precisamente ese nacimiento.
La Navidad no es “magia” porque lo que sucedió hace más de dos mil años fue real.
Comprendo, por fin, los regalos. Son el recuerdo de los que unos reyes fueron a ofrecer al Rey del Mundo.
Por cierto, ¿no había uno que se llamaba como tú?
Al girarse, “amigo” ya no ve a Gaspar. Ha desaparecido. Sonríe. Ahora lo entiende.
Gaspar se ha ido a celebrar la Navidad. La de verdad.