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Diario YA


 

In memoriam: Beato Cruz Laplana, obispo de cuenca

Celebramos la memoria obligatoria de los mártires de la Iglesia de España del siglo XX

Juan Manuel Cabezas Cañavate. Juez delegado de la Diócesis de Cuenca en las causas de canonización. Profesor de Derecho Canónico en el Instituto de Derecho Canónico de San Dámaso.Celebramos la memoria obligatoria de los mártires de la Iglesia de España del siglo XX. Tuvieron que vivir su fe en una época en que ideologías totalitarias, como el marxismo, y fuerzas ocultas, como la masonería, trataban de imponer por la fuerza sus visiones del mundo, que tantas y tan graves injusticias y crímenes produjeron en la historia del siglo XX, persiguiendo con fiereza a la institución en que veían una oposición mayor, la Iglesia católica. Esta oposición no radicaba en la grandeza de sus componentes, humildes trabajadores de la viña del Señor, sino en la presencia de Aquél en quien todo lo podemos, que es odiado por el mundo, como Él mismo anunció.
Miles de obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos permanecieron con Cristo y con su Iglesia a pesar de la persecución, llegando en muchos casos a derramar su sangre en testimonio de fidelidad a su vocación y siendo así ejemplo y luz para las generaciones venideras entre las cuales nos contamos.
Ellos son miembros vivos y actuales de la Iglesia de España, a los que hoy recordamos con veneración y emoción, deseando seguir su ejemplo. Pero vamos a fijar nuestra atención en el que encabeza el listado de los mártires de hoy, 6 de noviembre, el Beato Cruz Laplana y Laguna, Obispo que fue de Cuenca.
Don Cruz pudiendo ser, por linaje y herencia, acaudalado, lo dejó todo por el servicio de Cristo y de las almas. “Desde que se consagró a Dios consideró todos los bienes que por cualquier título le pertenecieran, no como cosa de su propiedad absoluta, sino como cosas sacerdotales que, como su persona, pertenecían por la consagración a Dios y en su nombre a la Iglesia y a sus pobres. Nunca negó su limosna a quien se la pidió; muchas visitas iban sólo a exponer al Señor Obispo sus necesidades económicas y a pedir una limosna, que él les daba; socorría con cantidades periódicas a familias necesitadas, a enfermos crónicos y a estudiantes pobres.”, nos cuenta Cirac Estopañán, en su Vida de Don Cruz Laplana, Obispo de Cuenca.
Un par de botones de muestra, extraídos del libro de Cirac, nos dirán más que muchas palabras acerca de su integridad de vida: “No se desdeñaba de cualquier labor casera que él pudiera hacer. Una vez se puso a frotar en la pila del cuarto de baño para quitar ciertas manchas con un preparado que le habían recomendado.” “En la mesa fue siempre austero y parco. Comía poco, no tomaba helado ni café, a pesar de que le gustaban mucho”. “Tampoco quiso tener automóvil o coche propio.”
Precisamente, el Beato Cruz, tan austero consigo mismo, destacó de manera brillantísima por su preocupación social, prestando todo su apoyo a las iniciativas a favor de los más pobres y necesitados. Es más, como nos recuerda nuestro buen canónigo Cirac, “en Cuenca, lo mismo que en otras muchas diócesis españolas, no había personal debidamente preparado para la Acción Social ni para la Acción Católica. En esta parte de la Acción Diocesana el Obispo de Cuenca fomentó las iniciativas que se le presentaban, y trató de preparar a los sacerdotes, que sentían afición a las nuevas orientaciones, y sobre todo a los seminaristas, a los cuales deseaba formar perfectamente como los tiempos exigen.”
Y, sobre todo, el Beato Cruz, vivía entregado sin descanso a su labor evangelizadora y sacerdotal. Como nos dice Cirac, “el Señor Obispo tenía prisa y ansia por conocer, no sólo las tierras de su diócesis, sino también a cada una de las ovejas de su rebaño. Con la intención de conocer me¬jor a los sacerdotes y fieles de la diócesis, leía personalmente toda la correspondencia y accedía a todas las visitas que se le querían hacer. En septiembre de 1922, a los cinco meses de su pontificado en Cuenca, empezó la visita pastoral de la diócesis, que fue minuciosa y detallada, cuanto podía ser, en relación con las personas, los lugares y las cosas sagradas.”
Su mayor empeño lo puso en dedicar una especial atención paternal a los sacerdotes y al seminario. Llegó en un momento en que estaba pasando dicha institución un momento delicado y bajo su mando, con la ayuda de Don Joaquín María Ayala, sacerdote intachable, “el seminario de Cuenca llegó a ser ver¬daderamente ejemplar por la disciplina, por el orden, por la piedad, por el estudio y por el servicio”.
Pero no acabó ahí la obra del Beato Cruz, “la ilustración religiosa de los fieles, y sobre todo la educación cris¬tiana de los niños y de los jóvenes, eran objeto de los desvelos del Señor Obispo de Cuenca”. Recorrió la diócesis llenándola de su predicación llena de unción, de la que son testigos irrefutables sus magníficas cartas pastorales.
Podríamos añadir muchas otras realizaciones en diversos ministerios episcopales, pero lo que otorga una significación más plena a la evocación del Beato Cruz es su identificación con Cristo por el martirio. No sabemos si él padeció con Cristo o fue Cristo quien, en él y en todos los demás mártires que hoy celebramos, padeció en ellos.
 El Beato Cruz, en concreto, dio el ejemplo supremo del pastor que no quiere abandonar a sus ovejas aunque le cueste la vida. En varias ocasiones le pusieron en bandeja la ocasión para poder abandonar su diócesis en los primeros días del alzamiento militar. Incluso las mismas autoridades civiles del momento participaron de una forma u otra en esas invitaciones. Y sin embargo él, identificándose plenamente con Cristo en sus actitudes quiso permanecer con sus fieles, aun siendo plenamente consciente que ello le costaría la vida: “muero a gusto”, llegaría a decir.
Dejemos que sea el mismo alcalde socialista de Cuenca en 1936, D. Antonio Torrero González, el que explique la muerte del Beato Cruz Laplana: “D. Cruz Laplana, como tal D. Cruz Laplana, no había nada contra él, como contra el otro señor (Beato Fernando Español, su familiar, también mártir); el meterse con ellos fue por ser Obispo, por ser Sacerdote. Yo, desde luego, puedo resaltar que el Sr. Obispo, en política, huía de toda ella. La impresión en que se le tenía en Cuenca era que era buena persona, y no se le tenía odio alguno (positio super martyrio)”. 
El mismo testigo participó en su calidad de primer edil en el saqueo del palacio episcopal, y nos puede testificar que “en el Palacio (episcopal) no se encontró absolutamente nada, ni de cartas, ni de periódicos, ni de armas, nada que pudiera ser comprometedor para el Sr. Obispo”. “Mi opinión sobre la muerte de los dos (Beatos Cruz Laplana y Fernando Español) es que murieron como santos (positio super martirio)”.
Sí, no cabe ninguna duda, así nos lo ha confirmado la autoridad infalible de la Iglesia. El Beato Cruz Laplana y todos los restantes mártires que hoy celebramos entregaron su vida por Dios y por la salvación de los hermanos constituyendo para nosotros un ejemplo, un estímulo para imitar su oblación y mostrar verdaderamente al mundo el rostro de Cristo, tantas veces ocultado por nuestras traiciones e infidelidades.