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Diario YA


 

artículo del vicepresidente de la plataforma de las clases medias

14 de febrero de 2009: no es tiempo ya de dudar, sino de ayudar

E. de Diego, durante la concentración del 23 de noviembre, en Madrid

Javier Benegas. 30 de enero.

Para aquellos ciudadanos que aún dudan, decirles que la duda les dejará inermes ante una situación de emergencia nacional de la que su ideología, si la tienen, no les va a salvar, y aún menos los partidos políticos que presuntamente les representan.

No hay ya en España partidos de izquierda o derecha, y menos aún derechas buenas o derechas malas. Sólo una superestructura insostenible, infectada de “agentes” que atienden exclusivamente a sus intereses particulares. Un cáncer que se ha extendido a enorme velocidad y que amenaza con llevar al desastre a nuestra sociedad en muy poco tiempo.

Hay quienes no creen que están en guerra porque en su casa aún hay calma, hasta que llega el día en que una bomba cae sobre sus cabezas. Y entonces ya es tarde. Suelen ser los mismos que, con compulsivos ataques de humanidad, se soliviantan por algunos conflictos que suceden a miles de kilómetros de distancia, y en los que prácticamente nada podemos hacer, mientras que, aquí y ahora, miran para otro lado cuando sus vecinos van cayendo en la pobreza y se ven condenados a encerrarse en sus casas sin que nadie hable de ellos y de su sufrimiento.

Hay también quienes se engañan a sí mismos y, detrás de cualquier iniciativa civil como ésta, apuntan fines oscuros o intereses ridículos para no verse en la obligación moral de aceptar la realidad, tomar partido, esforzarse y ayudar. Otros siguen presos de implantes partidistas o – lo que es aún peor – intrapartidistas; autómatas fieles a los debates ya superados, sólo dispuestos a elevar el tono ante discusiones triviales.

Por último, quizá algunos lleguen a pensar que este movimiento ciudadano podrá proveerles de oportunidades a título personal. Y, atentos a sus expectativas, en un momento dado también serán presa de la duda o de algo peor.

A todos ellos, a los de la duda infinita, decirles que al dudar se equivocan terriblemente. Porque todo ciudadano que antepone sus dudas a arrimar el hombro frente a situaciones extremas como las que en estos días nos toca vivir, está renunciando a sus propias opciones de supervivencia y, lo que es aún peor, está privando a los demás de su ayuda cuando precisamente es más necesaria.

Esta Plataforma de las Clases Medias, con su convocatoria de concentración el 14 de febrero a las 12 horas en la Plaza de Colón de Madrid, representa la última esperanza racional. Quienes así lo entiendan nos ayudarán y se ayudarán a sí mismos. Quienes desconfíen, sólo les restará bajar los brazos y contemplar cómo se van sucediendo uno tras otro los desastres económicos, cómo la pobreza y la miseria se van extendiendo como una gran mancha de aceite. Lamento decirles que no vendrá nadie a salvarles, y mucho menos las predicciones económicas que el propio sistema va generando como coartadas dilatorias que, en su extrema crueldad, mantienen viva la esperanza irracional de que las cosas se arreglarán por sí solas algún año de estos.

Esta travesía es larga y dura, sólo apta para corredores de fondo y verdaderos atletas de la democracia que sepan medir sus fuerzas y que no busquen atajos. Y, puesto que vivimos en una sociedad adicta a las imágenes, que tiende a medir los resultados en función del eco mediático y que sólo entiende el “éxito” o el “fracaso” como victorias o derrotas en función de la medición de audiencias - como si este drama fuera un show televisado -, toca hacer de tripas corazón y mantener contra viento y marea la pasión por el esfuerzo y el trabajo bien hecho sin esperar reconocimiento alguno. No aspiramos a ser un fenómeno mediático sino a cumplir una misión. Se trata de una tarea oscura y poco dada al lucimiento, y tanto más meritoria cuantos menos focos nos iluminen.

Esta Plataforma es, por encima de todo, una iniciativa civil cuyos mimbres son las buenas gentes que aún quedan en España. Frente a un reto tan colosal, donde las condiciones de trabajo y lucha son y serán extremas, unos se encomendarán a Dios y otros a sus convicciones personales. Sean laicos o creyentes, jóvenes o viejos, modernos o antiguos: cuantos colaboren y ayuden serán por encima de todo ciudadanos libres, amantes de la verdadera democracia, personas comprometidas con su futuro y el del hombre o la mujer que tienen al lado, hombro con hombro. Éste no es ya un combate político, es una lucha por la supervivencia. Esta no es una batalla utópica sino necesaria y urgente: una cuestión de responsabilidad y dignidad ante la que no cabe la más mínima duda.

 

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