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Diario YA


 

Relato histórico, poco amable, de la reina Isabel I de Inglaterra

“Gloriana”, décima obra de B. Britten, presentada por primera vez en el Teatro Real

Luis de Haro Serrano

El Teatro Real continua el desarrollo de su especial temporada artística del doscientos aniversario con la presentación de la décima obra del compositor inglés Benjamin Britten, Gloriana. Un título cuyo paso por los escenarios líricos de todo el mundo contrasta abiertamente con el de Aida que le ha precedido, dado que esta nueva oferta, según las estadísticas de “Opera/Base”, la sitúa con una sola representación durante el periodo 2005/2010. Otro caso de apreciación injusta, puesto que Gloriana tiene formas y valores musicales suficientes para merecer una mayor calificación por parte de los aficionados a la ópera. Una obra extraordinaria que junto a Peter Grimes y Billy Budd -puestas en escena recientemente con gran éxito por el Real- están consideradas como las mejores producciones del gran compositor inglés.

Gloriana es una ópera en tres actos con libreto en inglés de William Plomer basado en la obra Elizabeth and Essex de Lytton Strachey. Un libreto en el que se mezclan la prosa y el verso. Su estreno tuvo lugar en la Royal Opera House de Londres el 8 de junio de 1953 con motivo de la celebración de la coronación de la actual reina inglesa, Isabel II.

Gloriana fue el nombre que el poeta del siglo XVI, Edmund Spenser, dio al personaje que representaba a la reina Isabel I en su poema The Faerie Queene, que se convirtió pronto en una especie de “apodo” popular para dicha soberana. Según consta documentalmente, las tropas inglesas la saludaron en Tilbury con los gritos de "Gloriana, Gloriana, Gloriana", para celebrar la derrota que sufrió la Armada Invencible española en 1588.

En la ópera se recogen los pormenores de la especial relación que este personaje real mantuvo con Robert Devereux, II conde de Essex. Fue un encargo a Britten por parte del Conde de Harewood, George Lascelles, para la citada coronación. No está claro que a la propia Isabel II no le agradaran ninguno de los planteamientos del oscuro libreto, ni la música del compositor, debido a la forma tan especial con que ambos trataron sicológicamente a su antecesora, al describirla como una mujer al límite, con fallos y contradicciones bastante graves pero, sobre todo, como un personaje movido esencialmente por la vanidad y el deseo. El contraste entre la presentación de su vida pública con los fastos de la Corte y la privada tampoco agradó a la corte inglesa por considerar que se le describe como una persona que , a pesar del esplendor de la vida cortesana, vivía abrumada por sus propias limitaciones y contradicciones, su prematuro envejecimiento y la traición de la persona a la que amaba – un hombre joven, simpático, atractivo y altanero pero traidor, al que, al final no tuvo más remedio que condenarlo a muerte, así como la fuerte responsabilidad que sentía ante el difícil estado en que se encontraba el reino que había recibido en herencia de sus padres (Enrique VIII y Ana Bolena).

La música de Britten, que transcurre por una inteligente línea de eclecticismo, dado su extraordinario valor dramático y melódico tuvo al principio cierta aceptación y reconocimiento, pero cayó pronto en el olvido, encontrándose ahora en una etapa de renovado reconocimiento artístico, entre cuyos principales valedores se encuentra el actual director musical del Real, Ivor Bolton, perfecto conocedor de sus valores.

El personaje de Gloriana requiere de una intérprete dotada de una gran técnica vocal, un amplio registro sonoro y una especial fortaleza para afrontar con éxito la dureza y los diversos matices con que ha sido concebido. Durante las tres horas que, aproximadamente, dura la obra, tiene que permanecer en escena manteniendo en todo momento un perfecto equilibrio entre la voz, el drama y la teatralidad con que transcurre su expresividad sicológica, especialmente en la cavaletta final, preparada en forma de recitativo -felizmente acompañada por el obóe- en la que la reina describe sus particulares contradicciones.

Aun cuando siempre fueron objeto de discusión y controversia algunos aspectos de la vida privada del compositor, sobre todo los relativos a su personalidad, tales como sus reconocidas inclinaciones homosexuales y, en política, el extremado pacifismo de su carácter, especialmente durante la etapa de la Segunda Guerra Mundial, la crítica, justamente, lo considera como uno de los grandes compositores ingleses del Siglo XX. Su depurada técnica, la frescura de sus formas musicales así como la originalidad de sus composiciones le hacen acreedor de estos merecidos elogios a los que se suman los relacionados con su gran experiencia como director de orquesta; otra interesante faceta de los últimos años de su vida artística.

Cuando en 1954 la producción de Gloriana, hizo una gira por Manchester y Birmingham fue bien recibida, así como en las posteriores reposiciones que tuvo tras la muerte del compositor el 4 de diciembre de 1976. El 14 de noviembre de 2001 se estrenó en España en el Liceo de Barcelona. El Real la ofrece por primera vez en su escenario con una producción propia, realizada en coproducción con la English National Opera y la Vlaamsde Opera de Amberes.

 

Puesta en escena

David McVicar ha concebido una puesta en escena tan minimalista como alegórica, fiel al desarrollo que el discutible libreto de Plomer plantea y que con tanto acierto refleja la espléndida partitura de Britten, para favorecer con gran pericia el constante movimiento escénico. Robert Jones ha acertado en su valiente concepción de la escenografía reflejada en la plataforma rodante que transcurre a varios niveles, lo mismo que Brigitte Reiffenstuel en el diseño del riquísimo vestuario renacentista, especialmente el de la reina, suntuoso y de particular vistosidad en el primer acto. Ivor Bolton, gran conocedor y admirador de la música de Britten, como ya hiciera en ocasiones anteriores – Billy Budd, por ejemplo-, ha sabido reflejar con precisión y minuciosidad los numerosos matices de la trama dramática y festiva de la partitura, transmiténdoselos con eficacia al Coro y la Orquesta titulares del teatro, que han seguido con gran acierto, así como el seleccionado grupo de los pequeños cantores de la Jorcam, sin olvidar el punto de delicadeza que aportó la delicada coreografía de Colm Seery.

El Real ha acertado en la nada fácil labor de selección del elenco más apropiado para sacar adelante sin fisuras una obra de este carácter, destacando la labor de las dos grandes intérpretes de Gloriana; Anna Caterina Antonacci y Alexandra Deshorties, que han coincidido en el matiz sicológico que debían dar a la protagonista, sacándole un bello partido al amplio registro de sus hermosas voces y a sus destacadas cualidades dramáticas. El tenor Leonardo Capalbo (Roberto Devereux), con ciertos claroscuros en su voz y modales, proyectó con apurado efecto la inquietante impetuosidad de Essex, mostrando mejor en las canciones con laúd el refinado lirismo de su voz, menos convincente en la parte expositiva, que precisaba una mayor delicadeza poética que favoreciera la difícil descripción de ese personaje tan altivo como carente de disciplina. El resto de los intérpretes, sin excepción, estuvo a la altura de las circunstancias para contribuir a ofrecer una novedosa y atractiva Gloriana, que convenció más en los momentos finales, gracias a la elevada pasión y minuciosidad que Bolton imprimió a la Orquesta.

Como es habitual, con motivo de la puesta en escena de cada obra, se han organizado también en este caso, una larga serie de actividades culturales paralelas destinadas a ambientar y dar a conocer mejor las excelencias de un título, tan injustamente marginado.