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Diario YA


 

¿Respeta mis ideas?

Manuel Morillo. 27 de octubre. Respetar las ideas ajenas si estas son aberrantes es despreciar al que las mantiene por no intentar sacarle de su error.

A poca firmeza de argumentos que se emplee, cualquiera de nosotros habremos oído cien veces una exigencia vehemente: "respeta mis ideas". Es curioso que nunca se demande respeto para con el propio interlocutor pero siempre se exija el respeto para los criterios que no se han podido mantener por el propio discurso de la razón.

Nuestras convicciones religiosas nos empujan a querer a todos, y querer es mucho más que tolerar. Respetar las ideas ajenas si estas son aberrantes es despreciar al que las mantiene por no intentar sacarle de su error. Para un cristiano es en todo caso una falta de Caridad.

Esta es la sociedad de la simplicidad maniquea; las ideas se asumen por inercia dualista pretendiendo cada uno socializarse a uno u otro "lado" cuando la realidad es mucho más rica que una película de indios o una partida de ping-pong. Las ideas merecerían ser pasadas por el tamiz de la razón pero como esto no es así, cuando no prospera el pseudo argumento (que suele ser más una justificación del estandarte enarbolado y por ello, más que un iter discursivo, un vómito de la razón), se demanda la gracia del indulto como si estuviera en tela de juicio la dignidad del interlocutor que antes no se cuestionó la responsabilidad en la que se incurre por difundir el error.

Las ideas, expresan en muchos casos juicios sobre la realidad y proposiciones para enmendarla, que como tales merecen tras ser argüidas y escuchadas, o bien la consideración o bien la indiferencia o bien la refutación. Si el platillo del demérito pesa más en la balanza del raciocinio por lo pernicioso del criterio, nunca podrá pretenderse el respeto al juicio sino la más directa oposición. Del contraste de criterios antagónicos sobre una cuestión, siempre se deriva la oposición dialéctica aunque esta cultura liberal haya impuesto la tolerancia formalista como cobertura subrepticia del ataque furibundo que por sibilino acaba siendo mucho más atroz.

Siempre será preferible mostrarse como contrincante en una noble dialéctica con una sonrisa de inicio y si se tercia, un abrazo de colofón, que dejar en tablas un asunto capital haciendo alarde de tolerancia formalista al uso, para más tarde buscar la espalda e hincar la daga con saña sin esperar tan siquiera a ver la última expresión.*

 

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